diario del aislamiento

Día 71

Fue en 2020, cómo olvidar aquel año, recuerdo que caminamos durante setenta días, siempre hacia el mar (así se lo contaré a nietos propios o ajenos, si se tercia). Sí, ayer llegué al mar. Creo que alguna lágrima escapó, pero no lo escribiré. O sí, tanto da -soy reservado, a ratos; depende-. Corriendo por un parque rural (catorce días atrás, creo) sentí que el atrezzo del virus -mamparas, señalizaciones u otros elementos de su puesta en escena- iba alejándose. Imaginé que tampoco lo encontraría (ayer) en la cala, porque el virus siempre fue de ciudad -va por la vida, y la muerte, de celebrity-. Muchos se refugiarán estos meses junto a las cabras montesas, lejos de los corralitos urbanos. Estos días muestran algunas alegrías. Alegrías me sugiere algo -abriré un paréntesis largo-. Las Alegrías, Paula Quintana (la alegría concebida como una potencia transformadora, revolucionaria). Cuando la conocí Paula era una niña, creció convencida de que la danza era su lenguaje -algo me dice que traducirá sobre el escenario las pieles del confinamiento-. La piel es de quien la eriza (me gustó, lo cojo prestado; gracias). Cierro el paréntesis de Paula, pero continúo con las alegrías. Celebro que los madrileños empiecen a salir porque sin Madrid la normalidad queda incompleta, coja. Más alegrías. Un amiguísimo -Rafa- me anuncia que el miércoles volará a las Islas (desde Madrid); bendito chute de normalidad -nuestra vacuna son los aviones-. Y otra más. Bea, la del bar de abajo, abrirá el lunes. Ánimo y suerte, no será fácil pero será -le dije-. Me alegró un montón volver a verlos, preparando las mesas, sillas y parasoles que dibujan la normalidad de la gente normal. Buceo, poco. Siempre me he preguntado por qué algunos siempre salen de casa con la bandera española (por si se les olvida en qué país crecen, supongo; será por eso, no lo sé). Sí sé que cerca de 47 millones de españoles -que no se manifestaron- están a otra cosa. El país (real) poco tiene que ver con el cansino truco de agitar el sonajero de fachas contra rojos -o viceversa-. El país (mi país) es Bea reabriendo el bar sin perder la sonrisa, Vero o Zoila dando la cara sin descanso en el súper, José derrochando coraje en su peluquería o Carlos reinventándose en su tienda para no tirar la toalla. El país (el mío, al menos) es tantísima gente que no sale en los telediarios, gente que afronta la posguerra deseándose suerte, dándose ánimos, ayudándose, regalándose sonrisas de complicidad y valentía. Sí, hay país -que no nos lo contaminen, que bastante tenemos-. Vuelvo al mar. Regreso al sol. Tocan abajo. Cañas, bien frías.

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