por qué no me callo

El futuro nos llevaba hacia atrás

La V será asimétrica o lo que resulte ser. Pero la crisis económica -alguien la ha llamado la Gran Reclusión- no puede tener peor pinta. Antes las cosas tenían una dimensión proporcionada. Las guerras eran guerras, con su devastación y su tregua y su pipa de la paz, con sus víctimas y victimarios. Las crisis eran crisis y duraban un tiempo y después se recuperaba el bienestar común, tenían su infierno, su purgatorio y su salvación. Pero es verdad que decimos antes y no pensamos en hace 700 años cuando las epidemias se llevaban por delante a más de la mitad de la población y dejaban una crisis eterna. Nuestro umbral es el del siglo XX. Todavía pensamos como si estuviéramos en mil novecientos y pico. Yo tengo recuerdos de los años 60 y de los 70, y para mí era lo máximo haber vivido la Transición de la dictadura a la democracia. Y el 23 F de Tejero constituía un trance imborrable, donde todo estuvo a punto de irse al garete: la libertad, los partidos, los sindicatos, las manifestaciones o el derecho de huelga, que era un reflujo sindical sagrado por la falta de costumbre.

Éramos tan angelicales. Por esa razón no pudimos dar crédito a los ataques a las Torres Gemelas, en 2001. Era una barbarie desmedida, que superaba nuestro listón de caos y muerte, y en aquellas imágenes perdimos la virginidad sentimental ante los horrores acaecidos y que estaban por venir. Pero era lo máximo. No podía suceder nada peor. Y, pese a ello, albergábamos la seguridad de que todo volvería a su sitio. Nuestras vidas recobrarían su dimensión lógica, los hechos no se saldrían de madre.

Bueno, tuvimos que convivir con los lobos solitarios y aquellos atropellos, de cuando en cuando, de las furgonetas de la muerte en las Ramblas de Barcelona, y las bombas caseras, de ollas a presión rellenas de metralla, poco antes de la meta del maratón de Boston… Pero como habíamos perdido la virginidad, teníamos que consentir ciertas extralimitaciones del orden concebido convencionalmente como realidad pura y dura. Al fin y al cabo… Con esta línea de pensamiento hemos ido tirando. Gente del siglo XX, celosos de las conquistas sociales, enamorados del derecho a viajar, fans transfronterizos de la globalización y los nuevos horizontes de Internet. Pero gente del siglo XX, eh. De la era del hombre que fue a la Luna. De las nuevas tecnologías que nos harán más felices. Del cine y la literatura. De la gran ficción y de las grandes fricciones. Teníamos la dieta perfecta. Los sueños, de una parte, y los placeres mundanos, de la otra.

Cierto que la Gran Recesión de 2008 fue el punto de no retorno. Hay algo, “yo no sé”, decía Vallejo que de pronto nos hace polvo, desgracias, “golpes de la vida, tan fuertes…, golpes como del odio de Dios”. Y son barruntos de futuras adversidades, incluso de terribles condenaciones que somos incapaces de comprender y gestionar con nuestras limitadas entendederas. Son golpes de la vida que exceden nuestro umbral de tolerancia humana. Gente del siglo XX. El otro día, porque fue el otro día, nos cayó a plomo esta nueva y descomunal catástrofe. Y hemos perdido el último resto de inocencia que nos quedaba. De un salto, hemos cambiado de siglo. Pero el futuro no nos llevaba hacia delante, sino hacia atrás.

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