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Hay vida después de la pandemia

Hay vida después de la pandemia, pero será distinta. El mundo va a cambiar. No se producirán las masificaciones actuales que han hecho incómoda nuestra existencia. El verano pasado, a una de mis hijas se le ocurrió visitar los Museos Vaticanos, en julio. La entrada era cara y la masificación tan asquerosa que si alguien grita ¡fuego!, incluso dentro de la Capilla Sixtina, allí no queda nadie vivo. Los estadios están masificados. La clase turista de los aviones, no digamos. Se ha sacrificado la comodidad. Y el coronavirus, con sus distancias y sus medidas de seguridad, presentes y futuras, nos va a traer cierto confort. Los diseños serán diferentes. Las efusiones estarán controladas. La limpieza será más cuidadosa. La asepsia se vigilará con especial cuidado. Sin duda, ocurrirá eso tan manido de un antes y un después. Se acabó el desbarajuste de los bares de tapas, con su aglomeración ciclópea. No se puede vivir con angustia, a gritos, en los lugares públicos. Los camareros llevarán guantes, como antes, y los dispositivos de lavado de menaje de cocina funcionarán con desinfectantes adecuados. Los váteres estarán más limpios, porque de lo contrario los establecimientos serán sancionados. Se incrementarán las inspecciones sanitarias y a ver si de una vez se termina la jediondada en la que hemos estado inmersos, no sólo aquí sino en lugares mucho más civilizados. No sé a ustedes, pero a mí viajar en avión se me estaba haciendo insoportable. Ahora las compañías cambiarán las configuraciones internas de sus modelos: menos asientos, menor riesgo de trombosis para los pasajeros de la clase turista, sometidos a auténticas agresiones pagadas. Aunque todo esto tendrá un coste que habrá que sobrellevar, pero ya es hora de valorar conceptos tan convenientes para el ser humano como son la salud y la comodidad. Quizás este sea el final de las manadas de cabras en el aire.

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