despuÉs del paréntesis

La sonrisa de Dios

El mundo es la fusión entre la tierra y el cielo. Los hombres, abajo, son el suceso y asumen la condición de serpiente porque se arrastran por el polvo; arriba el omnipotente se abisma en lo más profundo del éter. El creador es la energía única. Como absoluto, no tiene imagen, es irreconocible. Por eso se divide a sí mismo y asegura su respeto en los códices como el soberano de la guerra, Huitzilopochtli, o el que concedió la vida, los conocimientos y el maíz, Quetzalcóatl, o el que llena las llanuras de verde con la lluvia, Tláloc. El sol en su prolongado lugar, exacto, matemático, infinito.
Así ocurrió, todo armonía. Hasta que los actos funestos de los mortales se expandieron por todos los confines del mundo. El sempiterno vio, calibró y dudó de su creación. Y como hizo en las cuatro edades anteriores a la quinta, la definitiva, asimismo se aburrió de que todo lo que creó coincidiera milimétricamente, el movimiento de las estrellas, las aristas de los cristales, las olas del mar o el brillo de Venus. Dio la cara.
El firmamento se abrió y allí estaba, recto, solemne. Tenía figura y lo que se instituyó fue al magnánimo sin prendas para que lo conocieran los que tenían vista, los que podían ver. Azcayacaltcamixtli, que quiere decir señor del agua y de la esperanza, era el supremo sacerdote y así lo hizo saber: los ríos fluyeron al revés, el mar se retiró, las montañas pequeñas se hicieron grandes y las grandes ínfimas, el quetzal perdió el sagrado plumaje y se lo vio volar como un loro ordinario, la serpiente caminó como un tullido, los pájaros dejaron de cantar, el jaguar fue un perro distraído y el tigre perdió las líneas.
Azcayacaltcamixtli manifestó que todo ello no era consecuencia del enfado de dios, era consecuencia de lo que dios quiso transmitirle a los hombres, lo que ha de guardarse en el corazón: la perfección. La excelsitud es un modelo divino. Quiere decir que se ha llagado a lo excelso del deseo. Todo está listo para el premio de la fusión. La deformidad y el desconcierto son estériles. Ese es el destino de los hombres, aprobó dios.
Azcayacaltcamixtli descubrió a dios sonreír. Él y los devotos registraron esa suprema gracia del hacedor. La guardaron en lo más profundo del templo. Cada cincuenta y dos años las puertas se abren y se ve al jaguar destrozar a su enemigo, a los canarios entonar sus tonadillas y al tigre marcar su territorio con las líneas alzadas. Desde entonces los hombres de buena voluntad aspiran a sonreír como dios sonrió.

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