Las libertades practican en todo tiempo. En situaciones de bonanza y, sobre todo, en tiempos de crisis y de emergencia humanitaria como la que estamos viviendo. Es más, si en estos momentos renunciáramos, por temor o cualquier otra circunstancia, al ejercicio de la libertad en cualquiera de sus formas, entonces no habríamos entendido que las libertades son una de las más apasionantes formas de vida que tenemos a nuestro alcance. Claro, expresarse con libertad cuando se vigilan las opiniones, ejercer la crítica en fomentos de dominación del pensamiento único, llamar la atención sobre lo que no funciona, reclamar transparencia al poder, exigir el funcionamiento ordinario del control judicial, proponer soluciones ante los errores y la mala praxis en la gestión pública implica plantarse ante la arbitrariedad y recordar lo que es el Estado de Derecho y la democracia.
En un tiempo de incertidumbre, de crisis, de dominio de lo mediático, de excesos del intervencionismo, de baja intensidad del pensamiento crítico, como el que sufrimos a causa de la gestión de la pandemia, conviene subrayar la centralidad de las libertades, de los derechos humanos, de la dignidad personal como valores que preceden al poder y al Estado. Sabemos, y muy bien, que los derechos humanos y las libertades no son, ni mucho menos, de creación estatal. Menos todavía los otorgan discrecionalmente los gobernantes: son derechos y libertades innatos al hombre y, por lo tanto, no solo deben ser respetados por el legislador y el Gobierno, sino promovidos por los poderes públicos y los privados en todo tiempo y circunstancia, también en las situaciones de excepcionalidad. Los derechos fundamentales, bien lo sabemos, tienen la configuración jurídica de valores superiores del Ordenamiento y deben inspirar el entero conjunto del Derecho positivo.
Los derechos fundamentales derivan de la dignidad del ser humano y fundamentan la propia condición personal. Son, por ello, intocables, inviolable, indisponibles para legisladores y gobiernos. Pueden limitarse, por supuesto, pero respetando siempre su contenido esencial. Son valores que nadie puede ni debe manipular, que nadie puede, ni debe, violentar. El derecho a la vida, la libertad de expresión y tantos otros derechos y libertades fundamentales de la persona han de ser la garantía de la preservación y respeto de la libertad solidaria del ser humano y el ambiente natural en el que los ciudadanos convivan pacíficamente. Alexy los ha llamado derechos subjetivos de especial relevancia porque no dependen de las mayorías ni de las minorías.
No hace mucho asistimos sobrecogidos a los horrores del nazismo, del fascismo o del comunismo y de su concepción totalitaria basada en la quiebra absoluta del predominio universal de los derechos humanos. Hoy, cuando el horizonte se vislumbra con tonalidades oscuras, ciertamente tenebrosas, cuando estamos bajo la presión de la dictadura de lo correcto y eficaz, cuando las tecnoestructuras ahogan cualquier atisbo de verdad real, es, si cabe, más importante la práctica de la libertad.
En fin, a pesar de los pesares, son buenos tiempos para empeñarse en la apasionante aventura de la conquista diaria de la libertad. Hoy, otra vez como antaño, de moda el autoritarismo. No pocos callan y se mantienen en un festivo confinamiento gubernamental, temerosos incluso de la crítica constructiva. Allá cada cual. Que la libertad se recupere con toda su intensidad al fin de la excepcionalidad depende de cada uno de nosotros, de nuestro real compromiso con la democracia y el Estado de Derecho. Por supuesto.