Es cierto que la gestión de la pandemia por el Gobierno nacional está siendo desastrosa e impresentable; un Ejecutivo desbordado y superado por los acontecimientos, gastando dinero público en compras de material inservible, incapaz de coordinar las actuaciones territoriales, y con su sector comunista haciendo la guerra por su cuenta. En particular, la desprotección del personal sanitario ha sido indigna. Y ahora, encima, aparecen indicios de corrupción y comisiones en las compras y de flagrantes mentiras en los datos.
El problema es que las críticas de los populares, los desaforados aspavientos de Vox y las caceroladas no ofrecen ninguna alternativa viable. ¿Habría que suprimir todas las restricciones y permitir que la pandemia se propagara libremente? ¿Es eso lo que se propone? El dato nuevo es que Arrimadas ha visto la luz y ha cambiado de bando al precio de perder otro diputado, aunque parece tarde para estabilizar un avión que hace tiempo entró en pérdida y cae en picado, a pesar de los vergonzosos inventos de Tezanos y su agencia de propaganda socialista que pagamos todos los españoles.
Lo impresentable –y condenable- de la situación es el mercadeo con la salud de los ciudadanos en que se han convertido la acción del Gobierno, las críticas de la oposición y las negociaciones políticas. Ya desde el principio, el sector del turismo y la hostelería, con la ayuda de partidos y políticos, comenzó a presionar para conseguir rebajas en el confinamiento aunque eso pusiera en peligro la salud de la población.
Y ahora nacionalistas y regionalistas, vascos y catalanes, canarios y no canarios, negocian con el Gobierno presupuestos, competencias, reformas laborares y todo lo demás a cambio de su voto sobre la prórroga de la alarma. Se favorece a Bildu para debilitar al PNV; se chalanea con los diversos independentismos catalanes; se asignan las fases de la desescalada a los territorios por criterios políticos de amigo y enemigo; y la moneda de cambio es nuestra salud.
Unos y otros lo hacen sin disimulo y sin el menor argumento científico, al margen de cualquier consideración sobre nuestra salud, y sin tener en cuenta si ese pacto favorece o no la lucha contar la pandemia. Eso lo que valemos para nuestros partidos y nuestros políticos.
Claro que el pueblo español, una vez más, con su interpretación anarquista e insolidaria de la democracia y de los derechos y libertades, está demostrando que cada pueblo tiene el Gobierno que se merece. El ejemplar proceso alemán, por citar un caso, se debe a su Gobierno, pero también a su pueblo. Los ejemplos de Gobiernos y pueblos responsables se multiplican con Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y los países nórdicos. Y aquí tenemos lo que nos merecemos.
Son miles y miles los españoles sancionados por incumplir el confinamiento; muchos los que alardean de incumplirlo en las redes sociales; y algunos los que han terminado en la cárcel por reiteración en su conducta insolidaria. Es decir, si no nos respetamos a nosotros mismos, ¿cómo nos van a respetar los partidos y los políticos? Si no nos importa nuestra salud, ¿cómo les va a importar a ellos? En realidad, todavía podrían mercadear más de lo que lo hacen con nuestra vida y nuestro futuro.