los reyes del mambo

Kike Pérez: “Hemos pensado poner risas enlatadas en la sala”

Se define como un aprovechador de los buenos momentos, un cómico profesional en continua construcción. En eso lleva metido una década. Y más.   Su verborrea alivia la diarrea mental. Kike Pérez es la bomba. 

Kike Pérez, cómico. / DA

Se define como un aprovechador de los buenos momentos, un cómico profesional en continua construcción. En eso lleva metido una década. Y más.   Su verborrea alivia la diarrea mental. Kike Pérez es la bomba. 

-¿La dinamita que cargas es para que la gente explote de risa?
“Más que para que el público explote de risa, que también, el título del espectáculo tiene que ver realmente conmigo, porque es la primera actuación en la que hablo mal de mí”. 

-¿Qué tienes contra ti?
“Creo que me había hecho una imagen de demasiado buena persona. Planteo una reflexión sobre aquellas situaciones en las que no hemos obrado o pensado correctamente. Todos guardamos nuestros secretillos. De forma divertida, expongo una serie de anécdotas en las que ha habido algo de mala idea”. 

-Ya que estamos, ¿cuál ha sido tu mayor travesura?
“La mayor no la cuento [risas]. Soy un chico muy travieso. He sido, como dicen las señoras canarias, un ruin, que en el fondo no acaba de ser una mala persona”. 

-Hay actuaciones canceladas, no todas…
“Hemos podido salvar algunas: la del 5 de julio en el Alfredo Kraus; en agosto, la del Teatro Leal, en La Laguna… Lo hemos adaptado al aforo de las nuevas condiciones. Aunque no será lo mismo, las entradas están disponibles sin mover la fecha”. 

-¿No habrá una saturación de la demanda? 
“¡Claro! Llenar los teatros nos cuesta menos. Nuestra idea es sudar todo lo que sea necesario para que nadie se quede sin su ratito de humor. El otro día lo hablaba con mi representante: lo que antes hacíamos en una noche habrá que hacerlo en cinco”. 

-¿En qué te ha cambiado esta pandemia nuestra de cada día?
“A mí, personalmente, me ha cambiado bastante, en el sentido de que ha hecho que me preocupe más por lo colectivo, me ha enseñado a dejar atrás el individualismo y ayudado a ser consciente de lo afortunado que he sido en la vida. Lejos de cabrearme, me he dado cuenta de que hay muchas personas que de verdad lo están pasando mal y que esta cuarentena las ha terminado por rematar. Para mí, la cosa iba tan bien que he podido aguantar”. 

-¿Qué te cuesta más, quitarte la careta o ponerte la mascarilla? 
[Se parte de risa] “Me ha costado más ponerme la mascarilla, porque, con una cara como la mía, primero tengo que encontrar una de mi talla”. 

-Se hacen a medida…
“Hay un montón de tutoriales, incluso para hacerte una mascarilla con un pañuelo”. 

Eso me suena!
“Me agobia llevarla, pero es lo que toca. Quitarme la careta es fácil, porque no me faltan elásticos en la cabeza. Así que…”. 

-¿No te aburres?
“Pues, no. Intento no aburrirme. Me levanto todas las mañanas con esa idea, que el día no sea aburrido. A veces no lo logro, pero siempre me planteo hacer que la vida sea divertida”. 

-Con esto de las restricciones, el humor en la sala es más solo…
“Eso sí, ¡eh! El sábado pasado tuvimos nuestra primera experiencia, en el Guiniguada, y fue positiva. Fíjate, éramos ochenta personas en un recinto con un aforo para cuatrocientas y pico.  Te prometo, de corazón lo sentí, que la gente tenía tantas ganas, con tanta fuerza y empujando tanto que me dio la sensación de que estaba lleno. Eso es maravilloso. Habrá que acostumbrarse”. 

-Así como el fútbol de la nueva normalidad se juega con público y sonido de pega, ¿no se te ha ocurrido poner risas enlatadas para animar el ambiente?
“Lo hemos pensado. ¡Hacerlo de broma! Es cierto que, cuando va menos gente, la risa no es tan contagiosa. Es como un virus. Cuando hay ochenta, se miran unos a otros a ver quién es el valiente que se ríe primero”. 

-Igual que el bostezo, se contagia. Está demostrado…
“Yo pa’l bostezo no tengo inmunidad ninguna. ¡Ningún anticuerpo! Si bostezan a mi lado, ya estoy durmiendo”. 

-Llegó el confinamiento y mandó parar…
“Nos cogió en un momento en el que estábamos yendo a Madrid habitualmente. El 30 de julio actúo en un proyecto al aire libre en Alcobendas, y el 1 de agosto, en Sevilla. El viaje lo haré casi con escafandra”. 

-Es complicado identificar a los sospechosos. Hoy, todo el mundo tiene un móvil…
“¡Ya te digo! He descubierto que no soy un bebedor social, sino que bebo porque sí. Antes lo camuflaba en que me tomaba una copita con aquel y tal…”. 

-La típica coartada…
“Me quedé sin excusas. ‘¿Otro ron?’, me pregunta mi mujer y no sé qué contestarle. También, que estoy enganchado al móvil. No me imagino cómo hubiera sido esto sin el móvil. Me encuentro en la fase de reconocimiento de la adicción”. 

-Con tantas aplicaciones para videollamadas en grupo, no hay escapatoria
Las he utilizado todas. No conocía ni la mitad. En el lado positivo, son herramientas que, bien gestionadas, simplifican el trabajo y la comunicación”. 

-¿A qué truco sueles recurrir para escaquearte?
“Yo tengo uno de tres años. La justificación de la niña es perfecta. Para mis compañeros, soy el padre ideal”. 

-¿Cómo te las arreglas para zanjar una conversación por WhatsApp o Telegram?
“Ya saben que cuando empiezo a soltar machangos es una indirecta”. 

-En internet confluyen el ocio y el negocio, ¿no?
“Sí, las redes sociales han sido un nexo de unión entre el negocio y el público potencial. Se entretienen y lo agradecen”. 

-¿Cuántos componen tu equipo artístico?
“Normalmente vamos cuatro. Me acompañan un técnico de sonido, el de las luces y el de la productora. Son imprescindibles. En cuanto se pueda, todos volveremos a currar juntos”. 

-Al pie del cañón…
“Dando caña con humor”.

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