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Los cubanos que cuidan del plátano canario

Vinieron desde la isla caribeña a Tenerife buscando prosperar, y lo han conseguido trabajando duro en invernaderos, donde no han parado durante el confinamiento
Jorge carga una piña de plátanos. Sergio Méndez
Jorge carga una piña de plátanos. Sergio Méndez

Muchos años después de la victoria de Fidel Castro y sus guerrilleros barbudos, en 1959, la política seguía atravesando tanto la vida cubana que Raudel se hizo testigo de Jeová para resistir mentalmente al comunismo. Hoy en día, no pisa una iglesia canaria, pero hubo una época en la que, cuando alguien se le acercaba en Camagüey, su pueblo natal, a recitarle una soflama revolucionaria, él se ponía muy ceremonioso y decía: “A dios lo que es de dios y al césar lo que es del césar”.

Raudel, que tiene 51 años, el pelo canoso y escaso pero aspecto juvenil, no ha parado de ir a la finca de plátanos donde trabaja en Guargacho, Arona, desde que empezó el estado de alarma. La agricultura es una actividad esencial. Él es uno entre las decenas de cubanos que hay en los invernaderos de plátano del sur de Tenerife -la mayor parte de las fincas, en Arona-. La primera vez que nos vimos fue antes del confinamiento, en una charla acompañada de huevos rellenos, papas fritas y cerveza, a la fresca del invernadero. Es difícil dar un número exacto, pero, según datos del Instituto Canario de Estadística de octubre de 2019, hay en el Archipiélago 842 personas afiliadas a la Seguridad Social en el sector agrario que tienen nacionalidad cubana o han nacido en la isla caribeña.

“Yo creo que somos más trabajando en el plátano”, cuenta Adalberto, currante en la misma finca. Tiene 55 años y es de Cabaiguán -en la provincia cubana de Sancti Espirítus-, una pequeña localidad tabaquera de ascendencia mayoritariamente canaria, como la de su mujer. Porque él tiene más bien aspecto de mercader árabe, gracioso, hiperactivo, con el móvil sonando, vendiendo aquí y allí, mientras charla animadamente. No parece que un día fuera militante del Partido Comunista Cubano ni miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que hiciera guerra de guerrillas en Angola. Pero eso fue varios años antes del llamado “periodo especial”, la etapa de enorme precariedad que se abrió en la isla caribeña tras la caída de la URSS. “Cuba recibió el equivalente a 65.000 millones de dólares de ayuda económica de la URSS entre 1960 y 1990”, afirmaba la investigadora Laura Randall en 1997, cuando publicó su libro ‘La política económica de Latinoamérica en el periodo de posguerra’. Por otro lado, el embargo estadounidense, en marcha desde 1960, le ha costado a la isla 130.000.000 millones de dólares a precios de 2018, según reconocía la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, un organismo de la ONU.

“No se podía sobrevivir, era un suplicio. Cuando terminabas de comer hoy, ya estabas pensando en lo que ibas a hacer para comer mañana””, dice Adalberto, que entonces trabajaba entre la agricultura y la albañilería y cuenta historias de médicos que, por la tarde, “criaban cochinos” porque su salario no les daba.

Adalberto desflora una piña de plátanos. Sergio Méndez

Para los cubanos , esa sensación de improvisación ya nunca se fue: “Yo salía de mi trabajo y me ponía a regrabar neumáticos, que es hacerle el dibujito cuando están lisos con una cuchillita caliente, para poder pasar luego la ITV de allá”, cuenta Raudel, que era ingeniero encargado del mantenimiento de más de cien guaguas.

“Tuvimos que vender la casa para poder venir”, dice Adalberto, cuya esposa se sacó la nacionalidad española por su ascendencia canaria. Era 2008. Ahora, Adalberto trabaja a destajo, incluso los domingos, encargado de un mercadillo. “Yo no conozco día libre”. Y lo dice a gusto. “Aquí vivo honradamente con lo que gano”. Eso son 850 euros en 14 pagas en la finca. Más los extras en el mercadillo.

De la platanera les gusta la jornada, que empieza pronto, por la mañana, pero a las tres de la tarde ya ha acabado y queda la mitad del día por delante. Otros trabajos donde hay muchos cubanos, como la hostelería, con turnos interminables , les parecen peores. La agricultura tiene su dureza, “pero a la platanera te vas adaptando, la coges de manera deportiva y te acomodas”, dice Adalberto.

La platanera también ha sido una opción para cubanos con título universitario que esperaban a convalidarlo en España, como la doctora que estuvo desflorando en la finca de Antonio. Aunque otros, como Raudel, casi se han olvidado de que lo tienen, de tan poco que les sirvió en Cuba. “Cuando llegué aquí y me dieron mil euros por mi trabajo, yo pensé: ¿Qué quieren que haga? ¿Que me coma la piña de plátano? ¿Que la lleve en la cabeza? ¿Cargarla atada a los testículos? Lo que quieran…”, relata. Él llegó contratado para trabajar en una finca de su familia canaria.

Raudel arranca una hoja de platanera. Sergio Méndez

Aunque no todo fue idílico. Raudel dice que el primer año le costó. Era 2007. “Me encerré en la finca. Mi familia se portó muy bien, pero ellos tenían dinero y yo venía de allí sin un kilo. Me daba cosa que pensaran: ‘El tío este qué querrá”, reflexiona. “Vine aquí por mi hermana, que fue la que hizo todo. Yo tenía allá mi mundo hecho a base de necesidades y problemas. Tenía el dinerito de aquí que me mandaban de vez en cuando, me caían unas ropitas, y con eso y con el trabajo mío, escapaba”.

A Jorge, cuñado de Adalberto, nacionalizado español, le costó varias idas y venidas encontrar hueco en Tenerife. Lo intentó en plena crisis, no había trabajo, y lo que le ofrecían era sin cotizar. Mientras tanto, emigró a Colorado, EEUU, a trabajar con caballos. “Siempre me dediqué a la agricultura, a los caballos, los gallos, lo mío siempre ha sido el campo. Pero en Cuba no se gana nada. Te pegabas de sol a sol haciendo cortes de arroz hundido en el fango y lo que sacas es una miseria”. No le gustó mucho la vida en EEUU. “Tú entras aquí en una cafetería y ves todo tranquilo, tú vas en EEUU a muchos bares y es un mal ambiente, una mala cara, aquello es un desastre”’, cuenta, también muy satisfecho de su vida aquí.

Ni el confinamiento ni las negras perspectivas económicas que hay en Canarias le han cambiado a Adalberto la visión que tiene sobre la isla. “Sigo pensando que este es el paraíso terrenal”, afirma en una breve charla telefónica. Y es que “crisis” y “crisis” no significan lo mismo en Cuba y en España, a pesar de que su esposa haya perdido el trabajo que tenía en una lavandería. “Gracias a que yo he continuado trabajando, nos hemos mantenido”, afirma. “Pero una crisis es cuando no hay comida, cuando no hay de nada. Aquí, todos los supermercados han estado abiertos”. Justo lo mismo dice Raudel, también por teléfono. “Aquí hay de todo, yo no veo crisis”. Estas semanas, Raudel ha estado “de la finca a la casa, no hay mucho que contar”, dice riendo, con algo de ruido detrás, porque la familia está en casa reunida: “Son muy pachangueros”.

Jorge limpia el tallo de la platanera. Sergio Méndez

El humor cubano se funde con la isla y la platanera que el jornalero canario comenzó a abandonar hace tiempo. De Cuba vienen 14 de los 26 trabajadores de ‘La Calabacera’, la finca ecológica que tiene Dulce en Guía de Isora. Son 15 hectáreas, 13 dedicadas al plátano ecológico. Dice Dulce que sus empleados empiezan “de cero prácticamente” porque la forma de cultivar en sus invernaderos tiene ciertas especificidades, y en Cuba, las condiciones son “muy diferentes”. Pero también afirma que “vienen con muchas ganas de trabajar”.

Hubo épocas en las que la familia de Adolfo, que tiene nueve hectáreas de platanera en el sur, tenía que ir a buscar a La Palma a sus trabajadores, porque aquí ya no encontraban a nadie. Durante un tiempo, hubo mucha gente de Bolivia y Colombia. Y de diez años para acá, han tenido a unos ocho cubanos. “Normalmente son de provincias con tradición agrícola, como Matanzas o Sancti Espíritus, un habanero no sabe”, cuenta. “Recuerdo una vez que vino un cubano a la finca pidiendo trabajo: ‘¿Pero tú eres guajiro?’, le preguntó mi tío. ‘Sí’. ‘Pues vente el lunes’. Solo contratamos gente con experiencia”. Según Adolfo, es habitual ver a cubanos yendo en bicicleta al trabajo o reunidos tomando cerveza por la tarde en torno a algunos supermercados, contando anécdotas de Cuba. También dice que, cuando ganan algo, “muchos se compran grandes coches, jeeps, y les gusta gastarse dinero en ropa de marca. A mí me sorprende, la verdad”.

“Con el sistema que tiene, si Cuba cambiara el mecanismo económico, no habría país como ese”, decía Adalberto el día que nos vimos entre cervezas, como si de repente le hubiera salido de dentro el antiguo militante que una vez fue. “En Cuba tú no ves un arma, no ves una violación, no ves una matazón de esas que existen en cualquier país del mundo. Ese sistema, comparado con otro país, eso es una maravilla. A los ciudadanos los cuidan, igual que a los turistas”, argumentaba. “Estás pensando comunismo”, le respondió Raudel, como quien espanta a una mosca del pasado. Y así seguimos un buen rato, conversando entre bromas y verdades con la Historia.

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