tribuna

Un escrito con desgana

Hay días que cuesta trabajo escribir, sobreponerse al hastío y enfrentarse con la realidad. La realidad es solo un reflejo y, como tal, una visión muy individual de las cosas. Intentar compartirla con los demás es una lotería. A veces se acierta y otras no. Si lo sometemos a un cálculo de probabilidades son más las ocasiones que se tropiezan con la incomprensión que aquellas en las que se coincide. Ocurre en las relaciones más personales, así que imaginen cómo será de difícil igualarse con la opinión, o el sentir de la mayoría, o solo contar con un poco de su aquiescencia. Este maremágnum de opiniones encontradas me hace pensar en que o existen formas de ver los problemas que son incompatibles, o hay dos bloques diferenciados cuya razón de ser es estar permanentemente enfrentados, o se trata solo de una minoría que arma mucha bulla y nos hace ver que todo se está incendiando a nuestro alrededor.
La democracia no consiste en ir a votar cada cuatro años. Es una actitud permanente de aceptar la posibilidad de que el otro quizá tenga razón. Hay algunos que lo han resuelto pensando que se pueden tomar soluciones de una parte y de la otra, sin que por ello se caiga el esquema cerrado de las ideologías. De hecho, ocurre así, sin que nos demos cuenta. Las sociedades que lo logran avanzan a la vez que mantienen una estabilidad que les genera una gran confianza en que sus decisiones son las acertadas. Es la biconceptualidad de la que habla Lakoff. Un ejemplo son las directivas que se han ido incorporando a la legislación europea a lo largo de los últimos treinta años. Nadie que observe ese rico cuerpo jurídico desde la realidad actual sería capaz de imaginar que no han sido necesarios los votos de bloques mayoritariamente ideologizados que se sobrepongan a otros. Casi siempre se ha impuesto el sentido común. ¿Por qué no puede ocurrir en los países miembros lo que es normal en el conjunto de la Unión? ¿Qué es lo que hace que las voluntades se unan en Bruselas mientras se dividen en sus territorios integrantes? ¿Alguien pretende que el parlamento comunitario tenga como objetivo preferente el ser de izquierdas o de derechas? Yo creo que no. Es más, pienso en que su verdadero interés esta en la confraternización para la obtención de sus objetivos; eliminando, claro está, a representaciones minoritarias de carácter extremistas que acaban estrellándose con la realidad. Algunos albergaban el proyecto de meter a Europa en un proceso revolucionario, exportando hacia el viejo continente modelos caribeños que no tienen encaje. Por eso gritaban en los mítines: “Aguanta Alexis, que pronto llegamos nosotros”. Cada vez que el viejo territorio de occidente ha intentado ser uniformado bajo la bota disparatada de un visionario ha ocurrido una catástrofe.
Esta es la única verdad constatable. Hoy se dice que el mundo tiende nuevamente a la división. Unos presidentes americanos acusan a Trump de provocar esto en su país. Parece que la tendencia es tensionar a las sociedades civiles para dividirlas de manera irreconciliable. En nuestro país está pasando algo parecido a pesar de que todos corran a negarlo. Son malos escenarios para el progreso, porque el entendimiento y el acuerdo son las bases para la estabilidad tan necesaria para avanzar y generar confianza. Esta mañana he ojeado los periódicos y seguimos en lo mismo. Alguien ha puesto una frase en Facebook: “Más humildad y menos prepotencia”. Confieso que no sé a quién va dirigida. Si es a todos por igual, la comparto y me alegra que alguien nos invite a colocarnos en esa línea.
Europa no va a caer, ni Soros se va a salir con la suya. La sociedad en la que hemos vivido los últimos cuarenta años ha sido la mejor que podríamos imaginar. Claro está que no coincide con el ideal de algunos. Esos que dicen que el perdón se cerró en falso, que fue un truco y una pantomima, que todo lo que allí se acordó no les representa. Reconozco su derecho a decirlo, como también reconozco el derecho democrático que la Constitución encierra para ser demolida. Ayer hablaba de una muralla. Esa que se les abre a unos y se les cierra a otros. La de Quilapayún, tan condicionada a que la verdad esté solamente en una parte.
Hoy, igual de desanimado, afirmo que lo mejor que se puede hacer con los muros es tirarlos al suelo, no vaya a ser que nos dediquemos a poner alambradas al espacio Shengen. Ese panorama parece haber sido disipado con un enorme ejercicio de solidaridad: esa inmensidad de millones de euros con los que nos vamos a recuperar más pronto que tarde. Aquí todos quieren coger cacho. En eso sí que habrá acuerdo. Menos mal.

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