El otro día escuché a una política socialista, durante una intervención pública, decir “cientos y cientas de personas”. Me hizo recordar a aquella analfabeta funcional llamada Bibiana Aído, una bailarina de sevillanas que llegó a ser ministra de Zapatero, cuando largó aquello de “miembros y miembras”, ante el cachondeo general. La izquierdona ha olvidado que en castellano existe un género precioso, el epiceno o neutro, que alivia no poco los discursos, sortea las reiteraciones y aleja a los oradores del riesgo de caer en el ridículo. Pero el feminismo se ha convertido -no siempre, que conste- en una ópera bufa, quizá porque hubo un tiempo -felizmente remoto- en el que a la mujer se le ignoraba no poco. Y a esto tampoco había derecho. Pero con ridiculeces no se repara la injusticia, sino que se meten los políticos de esa izquierdona iletrada (en todas sus variantes) en unos charcos muy hondos, pero que muy hondos, reñidos con el castellano correcto, también llamado español. No hay más que acatar las normas, elaboradas por sabios lingüistas, que meten la pata muchas veces reconociendo -y bendiciéndolos en el diccionario de la RAE- palabros propios de Belén Esteban, pero que, en general, aciertan. En ocasiones llamo, un tanto airado, al director cuando los correctores de estilo del periódico se permiten alterar expresiones de mis artículos; pero, la verdad, creo que ya me han cogido el truco, saben por dónde voy y respetan si obedezco a la Academia cuando la docta institución deja al libre albedrío del escritor tildes y voces. Pasó con espurio. Uno –que yo me sé– se equivocó una vez y, como tenía prestigio, se permitió escribir el inexistente espúreo. Y la Academia ahora creo que permite ambos palabros, en un acto de generosidad mal entendido. A mí, afortunadamente, el corrector de mi ordenata me sigue dando error en el espúreo y da por bueno el espurio.
Cientos y cientas
El otro día escuché a una política socialista, durante una intervención pública, decir “cientos y cientas de personas”