en el camino de la historia

Discursos de bajos vuelos, por Juan Jesús Ayala

Algunos parlamentarios no se cansan de decir que ya está bien de discursos que discurran hacia el ámbito de la crispación

Algunos parlamentarios no se cansan de decir que ya está bien de discursos que discurran hacia el ámbito de la crispación, y que hay que elevar el nivel de las intervenciones camino del consenso en el intento de solucionar los problemas donde nos han metido, pero muchos confunden elevar el nivel de sus intervenciones con argumentaciones irrelevantes, fuera de la lógica, de la certeza y rondando la mentira a la que han elevado a la categoría de verdad. Y cuando se llega a esto es el galimatías y una jerga ciertamente confusa lo que domina y se reverencia con aplausos bobalicones Al escaparse de esos parámetros referenciales de lo que debe ser una intervención parlamentaria de altura, la inercia de su inoperatividad hace que se refugien en peroratas incendiarias, porque continua el insulto, las ocurrencias, y las posiciones mediáticas sobre todo, al dárselas de intelectuales mencionando algunas que otras citas que son extraídas de Google.

Generalmente cuando se enfatiza sobre ocurrencias o en referencias personales se está a las puertas de la descalificación del discurso cometiéndose un error, el peor de la discusión dialéctica.
Cuando se consideran los únicos poseedores de la verdad desde sus pequeñeces argumentales y ascienden a la cima del monte Focida como oráculos de Delfos, cuando tienen mucho que aprender, demasiado que estudiar para llegar a donde pretenden y además, carecen de trazos definitorios, estamos ante una mezcla de camuflaje pseudo intelectual y de rampantes sofismas.

Los discursos incendiarios están bien para las plazas públicas donde el discurso se embosca en fraseologías mitineras , donde todo cabe y las soflamas alargan sus alas confundiéndose con las brumas del deseo. En los actos mitineros que muchas veces se acompañan de los programas electorales de los que compiten a unas elecciones se descargan un sinfín de palabras y de frases enaltecidas que el personal expectante asume como suyas , como si bajaran del altísimo, creyéndose todo fervorosamente porque el que es hábil sabe cómo introducirlas en la conciencia de la multitud.

Pero cuando se pretende elevar el nivel hay que dejar atrás como rastrojos inservibles palabras ampulosas, gestos grandilocuentes, y ser capaz de armarse con el mejor de los discursos, que es el ribeteado de elegancia . Y recordando a Azorín la mejor recomendación para la elegancia es la sencillez. De la que carecen muchos adalides de la política, que no se percatan del desperdicio de sus palabras que solo argumentan una definición sobre sí mismos, mirándose el ombligo como si fuera el único que fuera redondo. Pero eso sí, cuentan con la admiración de los que, como curia encandilada, van tras ellos, les aplauden y le dan palmaditas en la espalda diciéndole lo bien que lo hacen y los estupendo que son.

En el ámbito parlamentario no solo es necesario hablar sin papeles, ser un buen orador, con el énfasis y prosopopeyas adecuadas, dándole a las palabras su sentido significante y lógico, sino poseer la capacidad de convencimiento , no a los suyos porque estos lo están, diga lo que diga , sino al resto que puede quedarse desconcertado al comprobar cómo es posible que palabras que transitan por los huecos vacíos del pensamiento sean capaces de llegar a muchos y ser recogidas como novedad del decir nada, y de abundar en lo viejo vestido con los ropajes de una frustrada personalidad. Discursos, pues, de bajos vuelos que nos envuelven como si fueran aciagos demiurgos y que, ante las dificultades de un nuevo paradigma social, no solo andan despistados, sino que seguramente serán engullidos por sus propias carencias que le cantan al oído, y no se enteran. Siguen considerándose imprescindibles e irrepetibles. Lo que no deja de ser un mal asunto.

TE PUEDE INTERESAR