A raíz del maldito coronavirus hemos redescubierto que se puede cumplir con la jornada laboral sin acudir al puesto de trabajo, a excepción del peluquero o peluquera. Sufrido Juan Castañeda. La pelambrera es cosa seria. Además, la evolución de la crisis sanitaria ha obligado a que el Ministerio de Sanidad haya implementado una serie de condiciones para considerarse especialmente sensible frente a la Covid-19. O sea, librarse del riesgo que supone salir al azaroso extramuros y compartir proximidades no deseadas. Estas circunstancias se reducen a tener más de sesenta años, estar embarazada (te guarde Dios) o sufrir diabetes, insuficiencia renal crónica, inmunodepresión, cáncer en fase de tratamiento activo, obesidad mórbida, alguna enfermedad hepática severa y padecimientos pulmonares y cardiovasculares, incluida la hipertensión. Polvo somos. De igual forma, quienes tengan a su cargo mayores dependientes podrán acogerse a la no presencialidad. Se trata de garantizar que los sectores económicos y sociales continúen activos. Intentar parecernos lo máximo posible a cuando éramos normales y no lucíamos mascarilla, ese tejido molestoso que continuará sin ser obligatorio en Canarias, salvo en los lugares que sí se requiere: transporte público, centros oficiales, iglesias y demás recintos sometidos al rigor pertinente. Otro cantar son las terrazas, cafeterías, restaurantes, playas sin recate y resto de chiringuitos de disfrute y ocio, donde el semblante fulgura en todo su esplendor. Pero no es lo mismo. ¿O sí? Aclárense.
El caso es no perderle la vista a la careta para no bajar la guardia, dar ejemplo o posturear, como el famoseo o la autoridad electa que posa para la foto en soledad o guardando distancia. Ridículo artificio de protección estampada (el tiburón de Simón genera pasiones encontradas) o con colores de tendencia: azul turquesa, verde pistacho o el fulgurante flúor de la braga o calzoncillo. Si bien, la que predomina es la quirúrgica, más del vulgo y, sobre todo, más ponible considerando los rigores del calor. El portavoz Julio Pérez, hasta en la sopa, advierte, eso sí, de que se intensificará la vigilancia de las normas. Imprudencias, las justas. Así que nanay de fiestas populares ni procesiones ni nada. Que la Virgen del Carmen se queda en puerto para que monseñor Bernardo Álvarez cante la Salve en sede catedralicia aprovechando que cumple 44 años de sacerdocio. Y ya veremos con los carnavales. Porque mientras Patricia Hernández, todavía con mando en plaza, destapa, peripuesta, el escenario de Javier Torres, el diseñador Sedomir Rodríguez de la Sierra, que va a por su tercera reina consecutiva, observa, entre bastidores, que un traje serio, con lentejuelas y tal, ya no sale para febrero. Papa caliente para el renacido José Manuel Bermúdez y el nuevo concejal de Fiestas, Alfonso Cabello, que son noveleros. Doctores tiene la FuFa para organizar la incertidumbre de las carnestolendas que, sí o sí, necesitan aliento tocante. No obstante, lo que de verdad inquieta al pito de la murga y al sector empresarial es que la isla más extensa y poblada de Canarias y de la Macaronesia sufra otra caída del suministro eléctrico. Ya van dos ceros energéticos en menos de un año y el quinto acaecido en los últimos once. ¿Y con estos mimbres quiere Yaiza Castilla impulsar el turismo de teletrabajo? Será en el resto de afortunadas. En Nivaria el horno es de leña y el plátano, la actividad económica que, sin desmerecerla, copa protagonismo. El Tenerife 2030 que impulsase Carlos Alonso y la renovación que ahora propugna Pedro Martín son papel mojado ante la persistente chapuza energética. El Teide, más apagado que nunca, llora impotente la dejadez de su gente con responsabilidades políticas, más preocupada, da la impresión, de resolver lo suyo en vez de velar por la prosperidad común. Reinos taifas o menceyatos contemporáneos para un pueblo cansado de que lo tumben.