tribuna

Ficha financiera, por Arturo Trujillo

Por Arturo Trujillo

La ministra de Turismo, la señora Reyes Maroto, nos adelantaba, durante su estancia en las Islas, que la intención del Ejecutivo central es poner en marcha un programa exclusivo de inversiones destinado a paliar los efectos que ha producido la pandemia en el sector turismo de las islas, para intentar su recuperación. Un plan específico con el que se pretende que este sector tan importante para nuestra economía, vuelva a situarse al mismo nivel que disfrutaba antes de que apareciese el “coronavirus”.

Según las palabras de la ministra, se trata de un ambicioso programa de inversiones cuya ficha financiera decía que iba a estar dotada con fondos procedentes de la UE y de acuerdo con las singularidades que, como región ultraperiférica, tiene nuestro Archipiélago. Se trata de un anuncio que ha elevado el optimismo del sector, así como el de nuestro presidente regional, Ángel Víctor Torres, quien observa con ilusión la posibilidad que ofrece este plan para poner en marcha algunas estrategias que incidirán favorablemente en el turismo, pero que además repercutirán en el resto de sectores productivos de las islas.

Pero, sin querer “amargar la fiesta” debo decir que, ante este tipo de promesas del Gobierno central, y antes de “echar las campanas al vuelo”, deberíamos llenarnos de prudencia. Porque todo proyecto tiene que estar acompañado de su correspondiente ficha financiera. Sin ella, no es posible su ejecución. Antes de iniciar su desarrollo, es absolutamente imprescindible saber con qué dineros vamos a contar para que la materialización de ese proyecto, sea lo más exitosa posible. Porque, en momentos como éste, me viene a la memoria lo sucedido en 2009, cuando el Gobierno de Zapatero, ante la difícil situación que atravesaban las islas por culpa de la crisis económica, anunciaba la aplicación de un “tratamiento especial” que, bajo el título genérico de “Estrategia Integral para la Comunidad Autónoma”, más conocida como Plan Canarias, iba a suponer una inversión de 25.000 millones de euros, a incorporar por anualidades a los Presupuestos Generales del Estado de 2010 a 2018, a razón de 2.500 millones de euros cada año. Pero este Plan se convirtió en un “brindis al sol”. Porque nunca llegó a tener la ficha financiera que se necesitaba para su ejecución.

En fin, que aquel ilusionante anuncio de que sería “la mayor inversión histórica en Canarias, por parte de un Gobierno central” (Zapatero dixit), pasó a convertirse en un fantasmagórico plan cuyo incumplimiento ni siquiera fue denunciado por el presidente regional, Paulino Rivero, como era su obligación. Y las consecuencias de este frustrado plan fueron muy perjudiciales para la economía de las islas. En el año 2010, coincidiendo con la exigencia que la UE había hecho a Zapatero para que cambiase la política económica de España, la inversión del Estado en las Islas no llegó siquiera al 10% de la anunciada y, en el siguiente año, ya con Mariano Rajoy al frente del Gobierno, el Ejecutivo se vio obligado a suspender su ejecución, por considerarlo inviable. Y el Plan Canaria pasó a convertirse en el espejo de la situación que vivían las islas. Por un lado, Zapatero no cumplía con Canarias y, por el otro, Rivero guardaba silencio y se convertía en cómplice necesario de un nuevo engaño a las islas. Pero, claro, si todo esto lo analizamos desde un punto de vista pragmático, los culpables fuimos nosotros, los ciudadanos, que una vez más nos dejamos engañar. Por eso, y perdonen la insistencia, en este tipo de promesas es muy necesario establecer un compás de espera hasta que sepamos con qué dineros podemos contar. Porque, como bien dice el refranero latino, “si nos engañan una vez, es culpa del engañador, pero si nos engañan dos veces, es culpa nuestra”.

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