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Que me quiten lo bailado

Les decía ayer que estoy leyendo las memorias de un actor, play boy, aristócrata, Grande de España, José Luis de Vilallonga. Su descripción de los ambientes del París de los 50-60 es magistral. Pero lo curioso es que, siguiendo su rastro, hay docenas de lugares habituales suyos que también fueron míos, cuando atábamos los perros con longaniza. Habla de Tiffany, una cita fija mía en las casi 60 veces que estuve en Nueva York. Incluso escribo con un bolígrafo de plata con una gran T como traba. Es de Tiffany. Habla Vilallonga del hotel Excelsior de Roma, en el que me alojé con mis dos hijas durante una excursión romana de varios días, hace ya bastantes años, quizá quince o más. En Plena Vía Veneto; me encanta ese hotel. Y también cita al hotel Danieli de Venecia, donde me alojé dos veces. Espectacular su escalera, elegantísima; habitaciones de camas con dosel. Una amiga a la que quiero mucho –pero no veo nunca- que me acompañó a Venecia y al Danieli en una ocasión recordará aquellos días de vino y rosas. También narra el autor aventuras en el Maxim´s de París, un santuario de la aristocracia mundial y de la farándula de altos vuelos. Estuve varias veces. Al Excelsior volví hace poco, pero no a alojarme en él, sino como consecuencia de un apretón, bajando la Vía Veneto hacia la Plaza de España. No hay nada como un wáter de los años 20 para uno aliviarse, en el mismo centro de Roma. Salí de allí nuevo. Los lugares que marcan historia no cambian. Tengo a mi lado ceniceros robados en el Lido, en Fouquet´s Barrière, París; en el hotel Plaza de Nueva York, que era mi casa. Cuando era joven, el dinero lo ganaba a espuertas y no tuve reparo alguno en gastármelo. ¿Valió la pena? No sé. Pero que me quiten lo bailado.

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