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Maldita romería

Tengo un amigo en La Orotava que, durante muchos años, organizó concurridas fiestas en su casa, el domingo de la Romería de San Isidro. Mi amigo tenía un perro, que por desgracia ha muerto, al que no le gustaban determinadas voces, o quizá ciertas maneras de andar de algunas personas, y, en un arrebato, clavó sus colmillos en los huevos de un invitado. Creo recordar que era militar, aunque de la ocupación habitual del doliente (porque le dolía) no me acuerdo bien. No doy el nombre de mi amigo, porque aunque fue él quien me contó el episodio no le pregunté si podía publicarlo o no; así que preservaré la identidad del dueño del can, aunque, la verdad, no sería difícil averiguarlo. El pastor alemán que yo tenía, Capone, la tenía tomada con los carteros y con el repartidor del butano, que son las principales víctimas propiciatorias de las antipatías de los canes, no me pregunten por qué. Por mucho que los dos probos trabajadores se hicieran los simpáticos ante Capone, que era un alma de Dios, el pastor alemán se ponía de los nervios cuando uno de ellos traspasaba la valla del jardín lagunero. El cartero me pidió que instalara un buzón externo, cosa que hice, y el tío del butano exigió que una persona de la casa lo escoltara por el jardín hasta donde debía dejar la bombona. De lo contrario no acudiría a la llamada. Bueno, pues así lo convinimos, pero el bueno de Capone no le ponía mala trompa sino a aquellos dos; con el resto era un angelito. Y no digamos con los niños, que le hacían de todo: le metían la mano en la boca, se le subían encima. Y nada, ni rechistar. Hay quien atribuye la agresividad de los perros al choleo. Si alguien lleva cholas los perros ladran. Pero me parece que esto sería rizar el rizo.

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