tribuna

Mascarillas en épocas de pandemia: Covid-19, ¿otra oportunidad para su uso?

Por Luis Ortigosa *

El Consejo de Gobierno de Canarias aprobó, en sesión del 3 de Agosto de 2020, la actualización de determinadas medidas de prevención frente a la COVID-19, acordándose el uso obligatorio de las mascarillas para todas las personas de seis años en adelante, en determinados supuestos. Hasta ese día, Canarias era la única Comunidad Autónoma que no tenía regulada la obligatoriedad del uso de mascarillas faciales para controlar mejor la transmisión comunitaria de la infección por coronavirus SARS-CoV-2, y prevenir la actual pandemia de COVID-19.

El uso obligatorio de mascarillas sigue siendo una medida controvertida entre muchos ciudadanos. Intentaré en este artículo de opinión poner en valor el uso adecuado de las mismas, teniendo en cuenta que, junto a las otras dos medidas de prevención (distancia física y lavado frecuente de manos) es la medida que mejor contribuye a frenar de forma eficaz la transmisión comunitaria del virus causante de la COVID-19.

En las últimas semanas, se están multiplicando de manera alarmante la aparición de brotes en todas las Comunidades Autónomas, y algunos expertos hablan ya de que se puede estar iniciando la segunda oleada de la pandemia por SARS-CoV-2. Si fuese así, y con la experiencia acumulada en estos últimos meses, es necesario fortalecer y endurecer las medidas preventivas para conseguir frenar la expansión del coronavirus. Y está más que demostrado que el uso generalizado de las mascarillas es una medida eficiente en estos momentos de la pandemia, mientras no se disponga de vacunas seguras, inmunógenas y eficaces. Y se estima que, hasta dentro de un año aproximadamente, no se espera contar con estas vacunas.

Las mascarillas se han usado durante siglos, y en pandemias anteriores a la que estamos sufriendo en la actualidad. En la Edad Media, a mediados del siglo XIV, se extendió por Europa una de las mayores epidemias conocidas, la peste negra, pandemia en la se estima que pudo morir un tercio de la población mundial (entre 75 y 200 millones de personas). En aquellos tiempos se admitía como el origen de las enfermedades infecciosas las llamadas miasmas,“…una corrupción o alteración del aire atmosférico, producida por la presencia de las ‘miasmas’, vapores o exhalaciones de carácter nocivo que provenían de la materia orgánica en descomposición…” (https://fcs.es/lista-publicaciones/16-desde-la-memoria-historia-medicina-y-ciencia-en-tiempos-de-epidemias#) Se tardó muchos siglos en demostrar que la peste se originaba por las picaduras de las pulgas de las ratas negras, y que estas pulgas estaban infectadas por microrganismos invisibles al ojo humano,(Yersinia Pestis), siendo las ratas los principales vectores de transmisión de la esa enfermedad.

Y precisamente para acercarse a los enfermos y poder atenderles, los médicos de aquella época utilizaban unos trajes muy ingeniosos, con unas máscaras características, de la que sobresalían unos picos en cuyo interior se introducían plantas medicinales (entre las que se incluían distintas sustancias: ámbar, hojas de menta, mirra, pétalos de rosas, clavo de olor,… ) con el doble objetivo de eliminar los malos olores y “prevenir el contagio miasmático”. Eran conocidos como médicos de la peste, y se les reconocía por su vestimenta tan característica (fig.1).

Hasta finales del siglo XIX se mantuvo la teoría miasmática, y no fue hasta finales de ese siglo y el primer tercio del siglo XX cuando se demostró científicamente que la transmisión infecciosa de las enfermedades se realizaba por medio de microbios, virus y otros patógenos, con la consolidación de la Microbiología, Parasitología y Epidemiología Clínica.

En estos meses de la transmisión del SARS.CoV-2 y la difusión mundial de la COVID 19 se ha venido recordando que durante los siglos XV al XX se han sucedido numerosas epidemias a nivel mundial, con cientos de miles de fallecidos: cólera, fiebre amarilla, viruela, sarampión, VIH… y varias pandemias, la más importante por el número de afectados, fue la famosa, y mal llamada, gripe española de 1918-1919, que guarda algunas similitudes con la actual pandemia de COVID -19, aunque están originadas por dos virus distintos (virus influenzae de la gripe, coronavirus de la COVID-19). La pandemia de gripe española también se transmitió con gran rapidez por todos los continentes, y provocó entre 50 y 100 millones de muertos a nivel mundial, estimándose que en España falleció aproximadamente el 1% de la población española de la época (entre doscientas y doscientas cincuenta mil personas).

Es bueno recordar que, durante la pandemia de la gripe española, también se produjeron confinamientos y generalizó la utilización de medidas preventivas, entre otras el uso de mascarillas (Figura 2). Aun así, aquella pandemia se prolongó durante dos años, con varias oleadas pandémicas. La diferencia con la pandemia gripal de hace cien años, es que ahora podemos conocer muy bien las características del coronavirus causante, y se dispone de avances tecnológicos y científicos que hacen que a fecha de hoy haya más de 150 vacunas en investigación y desarrollo, muchas de ellas en ensayos clínicos en fase III, que dan esperanza a la humanidad de poder contar con vacunas frente a la COVID 19 a mediados de 2021, y poner freno a la expansión desordenada de la enfermedad.

En el momento en que estamos escribiendo este artículo, y como muy bien señala el profesor Agustín Muñoz, en su artículo Caos, mariposas y avispas picajonas, la clave del control de la enfermedad reside en la ciudadanía, y o se cumplen las normas a rajatabla -todos sin excepción- o se asume que los 18 millones de infectados y el más de medio millón de muertos acumulados hasta ahora son un aviso. La irresponsabilidad de una sola persona o grupo (fútbol, botellón, fiestas, discotecas, etcétera) puede desencadenar un desastre colectivo, y hacer que la pandemia se perpetúe durante varios años, con varias oleadas pandémicas. Hay que recordar que, en ausencia de vacunas eficaces, la ciudadanía es la única ‘vacuna’ disponible. Y entre todos tenemos que saber administrarla. Nos va la vida en ello.

* Pediatra y presidente de la Sociedad Canaria de Pediatría de Santa Cruz de Tenerife

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