el charco hondo

El codo

La relación del codo con el resto del cuerpo es similar a la que tienen los pepinillos con la hamburguesa, los tunos con las bodas, el limón con el barraquito, la policía autonómica con el resto de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, el brócoli con lo que sea o los concejales con las procesiones; elementos -como el pesado de las cenas de empresa- preferiblemente secundarios, prescindibles, merecedores de mantenerse fuera de plano, concebidos para jugar un papel menor, residual. El codo ha sido a las relaciones sociales (y debería seguir siéndolo) el tornillo que le sobra al armario de Ikea, el plasta que se carga antes del postre en los almuerzos de exalumnos del colegio, la que se pone a cantar con el micro en la guagua de los viajes organizados -horror-, el camarero que pasa entre las mesas con los ojos hacia detrás -como poseído-, el queso frío en los sándwiches o las papas congeladas a cualquier cosa que acompañen. Con la excepción histórica de los bailes en el oeste norteamericano, jamás el codo tuvo protagonismo social alguno -hasta que, alcanzado el siglo XXI, la pandemia ha convertido las ciudades en un interminable salón del lejano oeste, donde mujeres y hombres celebran sus encuentros golpeándose, con visible torpeza, con los codos e incluso con los hombros-. Solo en determinados escenarios laborales los codos -codazos, en este caso- han tenido una existencia más o menos estelar, poco más. De ahí que, sin necesidad de constituirnos en asociación o partido, millones de ciudadanos en el mundo hayamos dado forma a la resistencia, negándonos a saludar con el codo -no con mi codo, es la leyenda que reza en nuestra bandera-. Resulta difícil dar con una parte del cuerpo con tan poca clase, con tan poco estilo. El codo es la croqueta desarmada que nadie coge en los cumpleaños, la ceniza de la hoguera, la colilla del cigarro, las patas de la gamba, el primo de Alcorcón disfrazado de arlequín en el entierro de la sardina, la agenda del delegado del Gobierno, la zanahoria picada que ponen en las ensaladas de las casas de comidas. El codo debe ser a las relaciones sociales lo que el aburrido a los viernes, el pesado a los ascensores o los confianzudos a las conversaciones propias o ajenas -no hay que darles bola-. ¿Saludarnos con el codo?, ¿qué será lo siguiente?, ¿despedirnos con las rodillas o el dedo gordo del pie? Busquemos alternativas, cualquier cosa menos sacar al codo del cuarto trastero del cuerpo -de donde nunca debió salir-.

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