el charco hondo

Diez años

Siempre llegaba o terminaba tarde, riéndose del reloj, y con los años entendí que su impuntualidad obedecía a que viajaba en el tiempo, escapándose constantemente al futuro, a buscar respuestas a las preguntas que le planteaba el presente, a entender cómo enfocar esto o aquello. Y a aprender, a averiguar cómo, porque una curiosidad desbordante lo tenía preguntando constantemente, identificando explicaciones a lo que parecía no tenerlas, descubriendo. Preguntaba con el entusiasmo de un chiquillo, no había asunto que no le mereciera interés o atención, de ahí que en su cabeza la información apenas dejara espacio para las anécdotas. Fue su curiosidad, su hambre de conocimiento, esa inteligencia que te dejaba a las puertas de sus otras virtudes, de una humildad y un carisma que su timidez difuminaba. Humildad que le salía de oficio. Carisma que reservaba para los espacios pequeños o las conversaciones con pocos. El tímido en los mítines lo pasaba mal porque no se le daba bien desnudarse en público, mostrarse. Jamás pensaba con luces de posición o cortas, siempre lo hacía con luces largas, viajando al futuro para, acto seguido, preguntarse cómo debían hacerse las cosas para cuando los demás llegáramos a ese futuro. Rara es la semana que no me acuerde de alguna de las mil anécdotas que disfruté con él, o de lo muchísimo que aprendí de alguien que, como suele ocurrir con los personajes públicos, solo llegan a conocer quienes los vivimos de cerca. Pasé años profesionalmente pegado a Adán, conviviendo, compartiendo errores, preocupaciones, aciertos, horas, propósitos, un montón de trabajo, risas, análisis, días, lágrimas, noches, miedos o satisfacciones. Adán nunca se daba por vencido, jamás tiró la toalla. Sé lo que me digo. Acumulé viajes con él cuando la puta enfermedad lo obligó a un tratamiento brutal. Su coraje, la valentía, aquel compromiso que lo llevaba a no saltarse una reunión fuera donde fuera, los llevo tatuados en la memoria. Cuando Adán llegó a la política no era nacionalista, fue la experiencia, las dificultades para hacer entender a Canarias en los ministerios, la semilla del nacionalismo responsable en el que siempre creyó. Han pasado diez años de la muerte de Adán, aquel tipo capaz de viajar al futuro, tomar nota, preguntar, explorar y, hecha la tarea, volver a nuestro tiempo para contarnos cómo podía planificarse el presente. Adán era mucho, fue mucho. Aprendí tanto de él, profesional y personalmente, que siempre estaré en deuda con Adán, con Adán Martín.

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