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Mi confinamiento

No sigo en confinamiento, más porque no tengo a dónde ir que por precaución. En realidad, en mi casa tengo de todo y sólo salgo para ir a Los Limoneros, una vez por semana, y a la farmacia, cuando se tercie. Hago alguna visita a ciertos raros restaurantes que estén abiertos, sobre todo cuando vienen mis hijas a verme, y poco más. De resto, en casa. Me he aligerado de otras dependencias y he convertido mi casa en un pequeño reducto de recuerdos, mucho más a mano que antes. Y así, poniendo una cosa allí y quitando otra de aquí, se me pasa el tiempo a una velocidad vertiginosa. Lo veía venir: el personal saldrá cada vez menos, con pandemia o sin pandemia, porque donde se siente uno más seguro es en la casa de cada cual. Saco a la calle a la perrita y está deseando volver, aunque antes le deja a los tollos un regalo en la acera, que yo recojo con prontitud porque llevo bolsas. Ya lo decían los romanos, cacatio matutina est tamquam medicina, vaciar el vientre por la mañana es como una medicina. Eso lo entiende perfectamente Mini, que cumple con su labor municipal y cotidiana en la soledad de la calle, mientras yo saco pacientemente la bolsa y nutro de contenido la papelera más próxima. Mi semana transcurre así, con el añadido de los cabreos que me hace coger el Madrid, tan miserable que no es capaz de ganar ni siquiera al Cádiz, que lo sigue jodiendo desde aquel episodio de la alineación indebida, por parte madridista, de un ruso. Tengo la alegría del puto folio, sin el cual posiblemente ya hubiera pasado a otra vida, entre la turba multa, ya que andamos con latinazgos. En fin, que permanezco confinado por voluntad propia, preocupado de que en mi artículo no aparezca ningún lapsus calami, porque uno está viejo para corregirse a sí mismo. Y eso.

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