el charco hondo

Números

Cuando 872 supo que se había contagiado reaccionó con tranquilidad, se sentía intocable, al fin y al cabo tiene dieciocho años y es deportista, sin embargo la infección la mantiene apartada del baloncesto, contando a quienes quieran escucharla que no se la jueguen porque esto también va con los de su edad, dando a conocer su experiencia, animando a sus amigos o conocidos a que entiendan que son jóvenes pero no intocables -y eso que solo tuvo síntomas leves, según cuenta ella-. No fue el caso de 36.021, a quien el virus pilló mayor, su pena fue diferente, fue, sí, ya no es, después de unas pocas semanas encamado murió sin llegar a conocer a su primer nieto, el hijo del mayor de sus tres hijos nació poco después, con lo que él había suspirado por tener nietos para poder pasearlos o llevarlos al fútbol. Cometió 23.548 el error de bajar la guardia, pensó que no le tocaría hasta que el virus lo entubó, y ahí sigue, apenas respirando, preguntándose cómo es posible que le haya pasado a él, maldiciendo su mala suerte, reprochándose no habérselo tomado en serio, preguntándose si saldrá de la UCI o, de tantas vueltas que da a la cabeza, temiéndose que al volver, si vuelve, las secuelas pulmonares le impidan llevar una vida que se parezca un poco a la que tenía antes de contagiarse, él sabe dónde, en el salón donde se echó las copas con los colegas cuando les cerraron el bar. Qué decir de 143.484, al que el cero económico ha obligado a cerrar su negocio, y eso que lo intentó, en mayo reabrió siquiera parcialmente, pero no puede más, ni él ni 57.039, 294.939, 382.203 ó 149.391, sus antiguos empleados, ya no lo son, ahora parados probablemente de larguísima duración. Cifras. Números. Datos. Porcentajes. Estadísticas que los medios de comunicación entonamos a diario, una vez y otra, y otra, y otra, cifras a las que somos impermeables porque después de tantos meses escuchamos o leemos datos, números y porcentajes como quien oye llover, incapaces de poner rostro, dolor, familia, ansiedad, tubos, despidos, camas o facturas impagadas a las historias que esas cifras esconden. La estadística ha dejado de impresionarnos o asustarnos, hace tiempo que ni moja ni empapa las conciencias, quedando los recuentos diarios rebajados a la categoría de ruido de fondo, o de hilo musical que nos acompaña sin apenas percatarnos. Mostremos la vida de quienes la perdieron o torcieron, y la situación de aquellos a los que, más allá de eslóganes que la realidad ha oxidado, están quedando atrás arrastrados por la mayor crisis sanitaria, laboral y económica que hayamos afrontado las actuales generaciones.

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