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Agobio

Sufro de agobio. Hay ahora tantas cosas en mi casa que transitar con fluidez se ha convertido en un milagro. Y en el sopor de este otoño sin otoño, ando con unas cholas Adidas con dos número más de pie para que no me aprieten y tropiezo en todas las esquinas, porque no le he tomado la medida a las lanchas. No soporto los programas de la televisión, ni el pesimismo de los médicos más cercanos, así que estoy a punto de lanzarme por el balcón, pero tampoco le hallo utilidad a eso de quitarme de en medio, o sea que me reprimo. En la maraña de papeles en la que estoy inmerso salgo a flote como puedo y tengo sueños de apreturas, que no quepo por los sitios, lo que me provoca más agobio en las madrugadas que, incluso, por el día. Además, a la perrita le ha dado ahora por levantarse de su echadero cada vez que me levanto yo del mío y convierte mis movimientos, adaptándolos a los suyos, en un sinvivir. No sé cómo librarme del puto encierro voluntario, me duelen los abductores de no moverme y sólo me quedaba el Real Madrid, pero con lo mal que está jugando tampoco supone un consuelo apreciable. He organizado todo, más o menos, tras haber traspasado a otros mis recuerdos, mis colecciones y mis objetos inservibles, que eran casi todos. En el levantamiento han quedado, inertes, la polilla y las cucarachas, que habitaban en los bajos de los muebles inútiles y se han quedado sin casa. ¿Qué hago, si tampoco es aconsejable vagar por la calle a causa de la cosa? Lo único que me consuela es que la Navidad, una fiesta que detesto, será previsiblemente una celebración casera, sin compras caras y metido entre paredes, oyendo música o viendo un programa -malo- de televisión. Porque para mí los telediarios hace meses que dejaron de existir.

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