el charco hondo

Baba

Aunque el virus puede encontrarse en saliva y garganta, al parecer se localiza más fácilmente en los receptores sensoriales de los sistemas auditivos -en las células ciliadas-, de ahí que a él también le metieran un bastoncillo interminable a través de la nariz; tan adentro llegó que bastó girarlo un par de veces -apenas cinco segundos- para que sin pretenderlo le extrajeran una muestra de los errores que ha cometido en los últimos años, de las putadas que hizo en el instituto, de las que le hicieron o de las razones por las que se mudó al centro de la ciudad. Envuelta en mucosidades, al salir de las cavidades el bastoncillo trajo de regreso lo que le pasó aquella noche de carnavales, y lo que ocurrió cuando amaneció. Con la prueba que le hicieron no solo reaccionó en cadena la polimerasa, también lo hicieron los motivos de sus malos humores o los porqués de que con los años se ha ido quedando sin amigos, incluso extrajeron los recuerdos del día que se volvió insoportable y las imágenes de su adolescencia, tantos fotogramas como tiene almacenados de aquellos años.

Fue en los termocicladores donde las reacciones se multiplicaron, permitiendo a los médicos desentrañar no ya la saliva o la mucosa, sino la mala baba que lo tiene quejándose del ruido que generan los restaurantes o bares de la plaza que quedan debajo de su casa -murmullos, en realidad. Y es que, por increíble que parezca, lleva semanas denunciándolos, quejándose del ruido, llorando por las esquinas porque están fastidiándole la siesta. La prueba resultó negativa, pero bastante menos negativa que él, capaz de complicarle los días a quienes en los restaurantes o en el bar estos meses están dejándose la piel, los ahorros y la salud para sobrevivir al doble cero donde los ha sumergido la segunda ola. Con las copias del material genético, y con la detección de las secuencias que caracterizan a un virus -o que retratan a individuos a los que la vida extirpó la empatía- en el informe médico a alguien se le olvidó dejar por escrito que hay que ser muy egoísta para quejarse en pandemia del ruido que hace el trabajo de los demás. Hay que dar muy negativo en comprensión del contexto para que te moleste el murmullo que genera el milagro de un restaurante o un bar abiertos. Así se explica que al extraérselo el bastoncillo arrastrara consigo las mucosas de alguien a quien se le ha secado el corazón, incapaz de ser flexible con el pan de otros en estos tiempos tan extremadamente jodidos.

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