tribuna

El barón demediano

La sociedad norteamericana está dividida, España está dividida, el mundo está dividido, y hasta yo mismo me siento un poco desengonzado. No sé si es falta de engrudo o escasa solidez en la unión de las cuadernas, lo cierto es que, a cada poco, salta la alarma de la desunión como la gran amenaza de una ruina inminente, y me siento como el barón demediado de Italo Calvino. Ante la pandemia surgen los negacionistas, ante la inmigración incontrolada el buenismo o la exageración de imaginarias invasiones, ante la contención, las recomendaciones de gasto, y hasta ante las manifestaciones machistas, el reconocimiento oficial, por parte de quien se encarga del ramo de la igualdad, de que la disculpa honra a quien asegura que lleva años intentando aprender a comportarse y no soltar eso que llama latiguillos. Uno de los que no pudo contener fue el de decir que, a las enfermeras, primero te las trajinas y después compruebas si estaban infectadas o no. Quitando el desprecio de género que lleva implícita, esta declaración no es nada recomendable desde el punto de vista sanitario, pues aumenta considerablemente el riesgo de contagio. ¡Ay, mi madre! Hasta el feminismo está dividido, porque esto no se lo hubieran pasado a otro que no consideraran correligionario. En fin. Aceptadas las disculpas, a pesar de que haya utilizado una enrevesada hipérbole para hacerlo.
He soportado a Ferreras emulando a Pepe Domingo Castaño, en su “Domingo deportivo español”, colocando a sus esbirros en el supuesto lugar en que se produce la noticia. En realidad, no se sabía dónde estaban, porque cada uno lo hacia desde la pantalla de su ordenador, confinados en sus respectivos domicilios. Se ha hecho un despliegue informativo para decir lo mismo: que el mundo está dividido y que ojalá ganen los buenos y pierdan los malos, igual que siempre, como si estuviéramos leyendo un cómic de Capitán Trueno o las aventuras de Supermán. Estamos en el escenario de las dicotomías de toda la vida. Aquel en que a Dios se le rebelaron los ángeles que se creían más guapos que él. Mientras tanto, pacientemente, sigo delante del televisor para ver si alguien es capaz de sorprenderme más de lo que estoy. No creo que lo consigan porque vengo de vuelta. Quiero decir, que todo lo que veo ya lo vi en otra ocasión. ¡Qué difícil es ser original! ¡Tener que recurrir a las viejas conexiones del fútbol para contarnos cómo transcurre el partido en la noche de elecciones americanas! Siempre se sacan los viejos fantasmas del baúl. Les confieso que me he reído mucho, porque he recordado a mi admirado amigo, el desaparecido Suso Mariátegui, que hacía la turné dominguera colocando a los catedráticos de la Facultad de Derecho en los distintos estadios de la geografía española. Así decía, por ejemplo: “Conectamos con nuestro corresponsal en La Romareda, Eulogio Villaverde. ¡Adelante Eulogio!”. “Desde La Condomina nos habla José María Hernández Rubio”. He pasado un estupendo rato regresando al pasado de la mano de alguien que cree estar descubriendo la pólvora. Así son las cosas. “Todo pasa y todo queda”, como decía Machado. El dedo acusador de Ferreras se convirtió de pronto en el del Tío Sam, y yo sentí que me estaba reclamando para un reclutamiento inminente. ¡Qué cosas se me ocurren! Son culpa del aburrimiento y del confinamiento. Antes estaba interesado en que ganara Biden, pero después de este maratón agotador les confieso que me da igual quien lo haga; así que apagaré la tele e intentaré dormir la siesta del carnero.

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