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España, España

La mujer está leyendo un libro y le dice al marido: “¡Qué descaro! ¿Te puedes creer, Paco, que un tal Pablo Neruda ha publicado un libro con las poesías que tú me escribías cuando éramos novios?”. Puede ser el mejor resumen no sólo de la estupidez y la incultura supina que reina en este país, sino la realidad virtual de una sociedad a la que se le ha ido la cabeza por completo. Al margen de la memez de la mayoría, nos debatimos en la sensación de que vivimos en una tierra hostil, en la que la mitad acusa a la otra mitad, pero nadie hace nada por evitar el tedio y lo fácil para internarse en el terreno de la inconsistencia intelectual. Pasamos de una bendita y modélica Transición a un desierto cultural manifiesto, que no tiene ni un solo oasis en su territorio, sino considerables dosis de mala leche y de sed de venganza de sus habitantes, yo creo que perturbados por su propia maldad. Las discusiones bizantinas presiden la vida del país, en todos los órdenes, y el “no es esto, no es esto” de Ortega, que parecía una genialidad a unos pocos y una frase poco inteligible a los torpes debería estar grabada en el escudo nacional. España vuelve a ser –como cuando Franco- un país de confidentes y de villarejos, que viene a ser lo mismo, con un odio latente alimentado por gente de aquí, por gente que viene de Argentina, por ex curas de ETA y por una caterva de indeseables que nos está haciendo la vida imposible. Con un nivel cultural semejante a la escena de la tres primeras líneas de este artículo, pero capaces, eso sí, de volverlo todo del revés. Se trata de una repetición contumaz de nuestra propia historia; lean a Pierre Vilar y lo verán. No hay salida.

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