tribuna

Ante la nueva vacuna: la historia se repite; por Juan Pedro López Samblás

Por Juan Pedro López Samblás

El otro día, tratando de llenar el -para mí excesivo- tiempo de ocio del que dispongo y rebuscando papeles, me topé con una colaboración publicada en el año 1988 (¡hace 32 años!), y en la cual reflexionaba acerca de los ineludibles riesgos a los que obliga el progreso científico, sobre la necesaria aceptación de nuestras humanas limitaciones y lo inevitable que resulta asumir nuestros errores.

Aparte de cierto sentimiento de nostalgia y añoranza de los tiempos pasados, el contenido de dicho artículo me ha hecho pensar cómo necesariamente, de forma inexorable, la historia se repite cíclicamente (frente a lo que puedan pensar los Adanes que por su juventud se creen los primeros habitantes del planeta). Quizás con otros componentes, y desde luego con más ruido mediático -amplificado desde las redes sociales-, en estos días, en esta extraña situación de pandemia global que nos ha tocado sobrellevar, se repiten las mismas tensiones, polémicas y debates ya vividas en el pasado.
Al margen de la crispación política y de la lamentable actuación de los políticos (habrá que seguir confiando como siempre en el pueblo llano y en la sociedad civil), he vuelto a pensar y reflexionar sobre el difícil equilibrio entre la transmisión de serenidad y el no generar alarma y el que ello no implique faltar a la verdad, cuando de la gestión de un asunto sanitario se trata.

No sé si la historia se repite o si, como dijera Mark Twain, “la historia no se repite pero rima”. Lo que sigue es lo que escribía hace 32 años y que podría haber firmado ayer: “El fallo inmunitario de una vacuna (1 de noviembre de 1988).

En el progreso de la medicina los errores involuntarios no han sido, ciertamente, un factor despreciable. Y tanto más frecuentes, lógicamente, cuanto mayor es la potencia económica y de investigación de los países.

Cuando surgió la primera vacuna contra la Poliomielitis, la vacuna de SALK, que empleaba virus muertos por el formol, surgió el famoso y triste incidente Cutler, debido a la insuficiente inactivación de los virus.

En la científica Alemania, cuando el predicamento de la Vacuna B.C.G contra la tuberculosis, en la ciudad de Lübeck, se vacunaron 200 lactantes, de los que el 50% sufrió formas graves de tuberculosis, la mayoría mortales, igualmente por insuficiente inactivación del bacilo tuberculoso con el que se confeccionó la vacuna. En los albores de la vacunación contra el sarampión, en Inglaterra, aparecieron unos casos de encefalitis. Se paralizó su Administración. Posteriormente, se hizo ver que el riesgo de encefalitis tras la vacunación era mil veces inferior a los que la propia enfermedad presentaba y se prosiguió la vacunación.

¿Qué decir de la vacunación antivariólica? Aun a sabiendas del riesgo de encefalitis, no se ha eliminado de los programas vacunales hasta conseguir la práctica erradicación de la enfermedad ¿Quién no recuerda el desastre de la Talidomida?

Cuando comenzó la preocupación por el niño prematuro, o los recién nacidos de bajo peso, se encontró un arma salvadora: la incubadora. Pero se comprobó que estos niños necesitaban, además, oxígeno. Dada la dificultad respiratoria de estos niños se les administraba oxígeno, observándose la aparición muy frecuente de cataratas en los mismos ya que la alta presión de oxígeno lesionaba los vasos de la retina.

Por accidentes imprevisibles, por la agudeza observadora de algunos hombres, se han obtenido espectaculares logros. Las sulfamidas proceden de la industria alemana de los tintes y a Fleming se le contaminó su famoso cultivo con un hongo que resultó ser la penicilina. ¡Para qué seguir! Por ignorancia invencible, y por tanto disculpable, han ocurrido muchos errores y muchos éxitos. El progreso sin riesgo es impensable.

La negligencia, indiscutiblemente, entraña responsabilidad, pero con los fallos humanos hay que contar y cada día más. Cuando el control de la industria está cada vez más programado por la informatización y la sociedad está más robotizada, más maniatado se encuentra el individuo.

De la atenuación antigénica que un reducido lote de vacunas ha experimentado se ha pasado, y nos parece correcto, a abrir una investigación concienzuda y, si se encuentra uno o más responsables, nos parece muy lícito se les haga responder por ello. Pero pienso debe primar la actitud serena de evitar nuevos errores, dentro de lo posible, que el de buscar un cabeza de turco. Los dogmatismos son malos. El otro día oí la opinión de un colega de que, si una vacuna no aportaba beneficios, entonces ya estaba aportando perjuicios. No estoy tan de acuerdo. Ahora se intenta politizarlo todo. Comparar este hecho al triste episodio de la colza, el pedir la dimisión del ministro de Sanidad, se nos antoja un farisaico desgarro de vestiduras. No creo sea este un motivo tan relevante para esa dimisión. Para la dimisión, no de uno, sino de todo un Gabinete, se pueden buscar causas a montones por otros motivos mucho más importantes.

¿No clama más al cielo el deficitario estado de nuestra sanidad, las listas de espera, el desempleo juvenil, los negocios millonarios de familias próximas a la clase dirigente, los suntuosos viajes, las dietas incontroladas, los enchufismos a dedo, las pensiones de hambre, los incrementos impositivos?
¿Y la insensibilidad humana a nivel universal? ¿Cuántos millones ha costado el intento de rescate de esa pareja de ballenas atrapadas en el hielo? No tenemos nada contra los simpáticos cetáceos. Pero rusos y americanos han competido en material y gastos porque cualquier ‘ring’ es bueno para demostrar la supremacía, mientras el tercer mundo se muere literalmente de hambre y de enfermedades.

El erizamiento humano que le hace moverse más por fobias que por filias es la simple traducción de nuestras tensiones nacidas al calor del consumismo, el egoísmo, la envidia, todas esas bajas pasiones que el hombre almacena más que ninguna otra especie.

El hombre sigue siendo un ser limitado, pese a su endiosamiento, la técnica se le va de las manos, a veces con un efecto ‘boomerang’ en su propia contra. Cuando cree tener vencida una plaga aparece otra, como esa actual lacra del SIDA, que cercena nuestra soberbia.

Podríamos aprender la lección de ese sabio discapacitado, llamado Stephen Hawking, quien, desde la reclusión de su silla de ruedas y de su imposible lenguaje articulado, que lo convierte en una simple (¡pero qué magnífica!) cabeza pensante, parece haber encontrado respuesta -quizá porque mira más hacia dentro de sí mismo- al cómo de la creación, pero modestamente se considera incapaz de responder al porqué o a la más simple pregunta de sus hijo de “Papá, ¿dónde se terminan los números?”.

Solo desde la convicción de nuestras limitaciones y de la aceptación de nuestros errores podremos encontrar el camino del Amor, ¡y Dios es amor!

*Pediatra jubilado

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