el charco hondo

Cabeza de gamba

Hace trescientos sesenta y cinco noches, tal día como hoy, dábamos vueltas al riesgo de chupar la cabeza de las gambas. Tal cual. Así fue. Así éramos. Otros tiempos. Otras alarmas. Hace un año nos preocupaba la cantidad de metal que contienen las vísceras de los mariscos, y ahora, apenas doce meses después, nos iríamos de copas con el cadmio, nos abrazaríamos con él, brindaríamos por él sentados en la barra de algún bar gamberro, maldito, y nos darían las tantas sin darnos cuenta, sin reloj, porque cuando esta mierda acabe no volveremos a ponernos el reloj. Hace trescientos sesenta y cinco días nos preocupaban los excesos gastronómicos de estas fechas, cerrábamos entrevistas con especialistas o cargos de Sanidad para que se pronunciaran sobre los riesgos de chupar las cabezas de las gambas. Buscando respuestas a otros asuntos que teníamos en lo alto de una actualidad de problemas fijos discontinuos, participábamos de polémicas sobre la cesta de la compra, el precio de los billetes aéreos o los videojuegos. Costará volver a inquietarnos con las cosas que nos ocupaban antes de descubrir, allá por marzo, que también las dificultades, dolores, dudas, fracasos o gambas daban forma a lo que resultó ser una zona de confort, y nosotros sin enterarnos. No será sencillo aprender a preocuparnos con inquietudes que han encogido hasta desaparecer. Volver a discutir sobre según qué asuntos no será fácil. Meses instalados a años luz de la realidad que precedió a ésta -a esto, cabría decir- nos complicará la tarea de volver a perder el sueño por lo que ahora consideramos amenazas menores. Ahora la vida es otra cosa. Dejó de preocuparnos cuánto cadmio tiene la cabeza de la gamba, básicamente nos importa un carajo, bastante tenemos con lo que hay, y lo que tenemos son las manos con las que cogemos las gambas untadas de gel hidroalcohólico, a los abuelos refugiados en el otro extremo de la mesa, los platos para compartir prohibidos, la familia troceada en grupos de cuatro o seis, las mascarillas escondiéndonos la sonrisa y las gambas mirándonos fijamente, con ojos burlones, rencorosas, vengativas. Feliz nochebuena, sí, tan feliz como las noches del 24 de febrero, 5 de agosto o 16 de mayo, no dramaticemos, jode, a quién no, claro que sí, pero basta acordarnos de marzo o abril para caer en que la puerta de salida está bastante más cerca, estamos vacunándonos, en unos meses volveremos a discutir sobre los riesgos de chupar las gambas.

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