Una vez, Pepe Moriana, que es un tío con ideas, se inventó para Garachico el Congreso de la Alegría. Creo que sólo contó con una primera edición, porque después el mundo se llenó de tanta desgracia que no tenía sentido hacerle frente con una reunión de euforia. Yo fui invitado a dar una charla y lo primero que dije fue que ese Congreso no debía estar presidido por Pepe Moriana, sino por Faustino Alegría, a la sazón alcalde de El Tanque, y así hacer honor a su apellido. Aquello hizo mucha gracia. Lo cierto es que el Congreso de la Alegría desapareció del calendario festivo de la Villa y Puerto y a mí se me ocurre que, cuando pase toda esta mierda, se debería organizar la segunda edición, naturalmente bajo la indispensable tutela del propio Pepe Moriana, cuya familia tiene un hotelito precioso en Garachico. Porque yo tengo miedo. El otro día dejé de asistir a una reunión de amigos por miedo. No salgo a la calle por miedo y me he convertido en un adicto a la mascarilla. Cada minuto me llama un cerebro para decirme que los análisis demuestran que él ya pasó el coronavirus. ¿Quedo yo?, me pregunto una y otra vez. Voy pisando los mosaicos dando saltitos, no toco las manivelas de las puertas, doy constante brillo a mis manos con un gel desinfectante. Parezco Jack Nicholson en aquella película en la que se enamora de la camarera que le sirve el desayuno. Pero ya no aguanto más; y mucho menos otro confinamiento disimulado como el que nos han metido en estas malditas Navidades, más negras que mi propia suerte. Esto, desocupados lectores, es una tortura china a la que no nos ha llevado únicamente el virus sino la irresponsabilidad de una pandilla de holgazanes e incompetentes enchufados en el Ministerio de Sanidad. No los invitaré al II Congreso de la Alegría.
Congreso de la alegría
Una vez, Pepe Moriana, que es un tío con ideas, se inventó para Garachico el Congreso de la Alegría