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Cortocircuito

No sé si los términos técnicos serán correctos. Pero no le deseo a nadie que en mitad del puente, e inmersos como estamos en la pandemia, una fase del suministro eléctrico de mi casa se fuera al carajo por culpa de la mejor secadora de ropa del mercado. Buena, aunque vieja. Me pasé horas de cuatro patas, averiguando a qué enchufes podía conectar mis aparatos y a cuáles tenía que dar por jubilados, hasta que el electricista, que seguramente habrá pasado un puente aburrido, viniera a reparar el destrozo. A la hora en que escribo no ha llegado, pero yo sí pude hacer los cruces de cables y regletas necesarios para que la Internet no me abandonara, los rúters no dejaran de funcionar y pudiera ver la televisión. Es decir, ver cosas desagradables. Un cortocircuito en un puente es una desgracia, porque si pescas a un amañado te cobra una fortuna, te dice -en vano- que vuelve pasado mañana, te deja la casa hecha un cristo y, encima, se deja olvidado un destornillador de estrías del siglo XIX, con el mando más chupado que la pipa de Sitting Bull. Quien, por cierto, murió asesinado. Esto de contar a ustedes lo que me pasa y se pueda decir (en mi caso, les juro que todo) no sé si será un atrevimiento. Los ingleses han dicho siempre que es de mala educación revelar las enfermedades propias y en este puente, para más inri, he tenido que llamar al doctor Alarcó porque me da que sufro de una hernia de hiato. El sabio galeno me responde que lo mejor es que duerma de pie, o casi, así que probablemente mi destino final será la posición vertical. No crean, todo esto tiene su gracia y los puentes deberían servir también para salir pitando de casa: me ahogaba, todo lo que me venía a la mente era una mierda.todo esto.

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