el charco hondo

Lista de difusión

Qué tarde lo has enviado hoy. ¿Acabas de despertarte? A buenas horas, si te dejas dormir otro rato lo mandas en Nochevieja. ¿Te dormiste o qué? Oiga, un poco de fundamento con el horario del envío. ¿Ésta es la columna de hoy o la de mañana? Qué gandul, ya es media mañana. Cómo se nota que estos días no tienes que madrugar para ir a la COPE. No te cortas, enviándolo a las diez de la mañana, con dos. Si tardas un poco más la columna te caduca. Estos wasaps, y otro montón (gamberros, algunos), entraron de golpe, ayer, a las diez, según pulsé el botón de la lista de difusión, tromba de mensajes que abrió la puerta a dos o tres consideraciones, y a un agradecimiento, también. Aunque siempre he agradecido recibir por WhatsApp lo que han escrito otros columnistas -de éste u otros medios, de la cofradía del artículo diario- solo de meses a esta parte estoy colando este charco hondo en muchísimos móviles. Nunca había tirado de esa herramienta. Fue a raíz del confinamiento, tan dado a compartir tantas emociones, tan permeable a contar lo que estaba pasándonos, cuando di el paso de deslizarme por debajo de la puerta para hacer lo que hago desde los diecisiete años, contar cosas, publicarlas, compartir una forma de mirar, de leer, de interpretar. No lo había hecho antes porque me daba reparo, pudor, y sigue dándomelo, continúa acompañándome la sensación de que incurro en un allanamiento de morada telefónico, y aún así, incluso generándome algunas dudas, inquietándome la idea de entrar a las siete de la mañana a hurtadillas, por la ventana, sin tocar el timbre, he descubierto que los retornos de la lista de difusión, voy y vienen, ida y vuelta, comentarios a mis comentarios, bien merecen abusar un poco de la confianza e invadir un poco los móviles. La lista de difusión dibuja una autopista en la que sujetos, verbos y predicados circulan en ambas direcciones, una habitación donde argumentos propios o ajenos, coincidentes o no, se encuentran cada mañana. Me da palo el allanamiento, pero bendita la posibilidad de que el último párrafo de mis columnas lo escriban quienes me dicen, apuntan, corrigen o vacilan. Perdón, pero gracias -cabría decir, y escribo-. Perdonen las disculpas, cantaba alguien. A quienes ayer me cayeron encima, comentarles que estas fechas me parece más prudente molestar a las diez, no a las siete, y decirles que con sus mensajes me salvaron el día, porque con sus wasaps me dictaron la columna del penúltimo día del año más raro de nuestras vidas.

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