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Nueva York, 1972

Recién terminada la apasionante década de los sesenta, en 1972, estaba yo en Nueva York, en plena campaña electoral presidencial. Nixon y Spiro Agnew se enfrentaban al dúo McGovern-Sargent Shriver, este último ligado a la familia Kennedy por su matrimonio con Eunice, hermana del presidente asesinado.

La victoria de Nixon fue rotunda, pero yo lucí por las calles neoyorquinas la placa roja de latón con el nombre de McGovern que una anciana me colocó cuando me colé de rondón en una reunión de los demócratas neoyorquinos en una sede del partido. No fue una buena campaña para ellos, que fueron derrotados por Nixon, que en aquella época, tras los años de Johnson, vivía su etapa política de mayor esplendor.

Yo creo que fue la guerra de Vietnam la que hizo variar la tendencia que había implantado John Kennedy con su new deal. Aquellos días en Nueva York, los primeros que pasaba en la gran ciudad, me parecieron apasionantes.

Vivía el general Franco, todavía en España no conocíamos la verdadera libertad, aunque es verdad que la dictadura se había convertido en dictablanda, en los estertores del franquismo.

Salían los americanos de una década en la que habían asesinado a John y Robert Kennedy, a Martin Luther King y todavía no se habían solucionado los conflictos raciales, con el Ku-Klux-Klan haciendo de las suyas, sobre todo en la América profunda, en algunos estados del Sur.

Quiero decir que aún en el 72 aquel era un país convulso, con frecuentes violaciones de los derechos humanos, sobre todo contra los negros, que ni siquiera podían entrar en algunos restaurantes, no eran admitidos en clubes elegantes y tenían reservados los peores lugares en los autobuses.

Recuerdo que me alojé en el desaparecido hotel Biltmore, donde -como era habitual- robaron a un grupo de canarios que viajaba conmigo. Ahora acaba de saltar aquella placa que me regaló la anciana de mi baúl de los recuerdos.

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