Por Jesús Ayala
Se nos ha dicho por parte de los antropólogos sociales que el inicio de todo contacto humano se basa en el grito. El hombre primitivo cuando caza, cuando ama o cuando muere, está acompañado por el grito.
Sin ese alarido humanoide no se puede entender el progreso de la civilización y hoy precisamente no ha aumentado, sino que ha disminuido. No gritamos, estamos acoquinados, aislados, con miedo hasta de hablar. El silencio se ha aposentado y puede ser más largo de lo previsto No se puede conversar con el amigo y ni siquiera con la familia; nos han buscado un refugio para estar solos, sin el grito, sin la palabra alta, con el pico bajo el ala y con el rabo entre las piernas. Estamos asustados, nos han asustado todos aquellos que durante este pasado año se han asomado a los distintos medios y tribunas que saben de todo, desde vacunas, virus, economía, cambio climático, de segundas y terceras olas pandémicas, de confinamientos, de toques de queda, cómo nos debemos sentar en la mesa o cómo tomar el sol . Nunca como ahora se ha prodigado tanta gente imbuidos de máxima sabiduría. Sabiduría que luego se exprime como una esponja y apenas se saca nada, solo restos de un agua maloliente chorreando retóricas manidas, repetitivas, empalagosas y cabreantes.
La vida vieja, la que conocemos por relatos también viejos, nos dice cómo apareció el origen de la música, ya que en muchas tribus primitivas la danza se inicia con la irrupción estentórea del grito, rompiendo los silencios de años en los que contribuyen todos los cantadores hasta que en el trascurso del mismo apareció el solista, que es el que encuentra el ritmo y dispone a los demás para que, tras el grito ahora elaborado, lo agranden apareciendo la musicalidad, traduciéndose en nuevo componente de comunicación que hace que el hombre asuma un nuevo rol y se convierta en un espécimen acorde a los tiempos, ya a expensas de lo que traducen las letras de esas canciones, lejos de aquellos primitivos gritos incontrolados.
Pero hoy millones de seres humanos callan, apenas si llegan a gesticular porque los directores de la orquesta mundial: China, EE.UU., Inglaterra, Alemania… hasta los más cercanos, siguen manteniendo unas letras ajenas a nosotros y que no comprendemos ,simplemente porque carecemos de la traducción adecuada, ya que los que se consideran los padres de las grandes patrias han producido el fantástico milagro para que el grito desaparezca, se haga tenue, casi emboscado en un silencio monocorde sordo y mudo.
A veces, la sociedad cae en trampas y una de ellas, la que nos han tendido, es la del silencio. Y ante este despropósito, el grito humano debe escaparse de ese cobijo programado donde han metido al mundo, donde se persigue la palabra, donde se nos tapa la boca, donde no podemos pensar mas allá de lo establecido, por los que mandan sin saber mandar, de los que nos dirigen sin saber dirigir.
El grito humano debe volver por sus fueros, la humanidad se hizo cuando gritó y se destruyó cuando ha callado, debe escaparse de las reverencias y ser canalizado, directo e intelectualizado para que no se quede arrinconado como un simple quejido lastimero de destemplanza y frustración; que sea un grito individual que resuene antes que nada en la conciencia de cada cual y luego en la de todos para llegar a esos oídos que se empeñan en no escucharnos.
Hoy, cuando amparados en el silencio, los únicos que gritan dejan atrás millones de víctimas, hay que romper sonrisas irónicas y después altisonantes con el grito que debe ser el que se prosigue si es que aun le quedan fuerzas al ser humano para no sentirse ajeno a aquel que inició el camino de la civilización, de manera que no contribuyamos a alargar hasta el infinito un nuevo silencio inconcluso.