despuÉs del parÉntesis

Gregorio Salvador

Hubo un tiempo en que la universidad era universidad, el santuario del conocimiento. Frente al practicismo y la utilidad de ahora, los valores eran otros

Hubo un tiempo en que la universidad era universidad, el santuario del conocimiento. Frente al practicismo y la utilidad de ahora, los valores eran otros. La enseñanza por la inquietud, la sensatez, el esfuerzo y la exigencia. Actualmente se sostiene como próvido el no estresar a los alumnos. Es decir, puedes encontrar en una clase avanzada de Filología a 80 estudiantes. Preguntas por quién ha leído Lazarillo de Tormes y solo 3. Ese disparate no se reconocía; y como tal se explicaba.

Recuerdo una anécdota del gran profesor don José de la Calle, ese que nos dio la noticia en clase de la muerte de Félix Francisco Casanova. Transcurría el curso. Sucedió el primer parcial. Mi nota fue un 4, en Teoría Literaria. Me interesé. Me dijo: “Usted ha escrito que un poeta español que se llama Alexandre, etcétera”. “No existe un poeta español que se llama Alexandre; se llama Aleixandre”. En consecuencia…

A esa universidad llegó don Gregorio Salvador; de paso, como era usual entonces, hacia lugares de más prestigio, la Complutense de Madrid. Y resultó que don Gregorio dio a entender lo que era y lo que cabía en un catedrático de condición.

En primer lugar asentó su ingenio y sus conocimientos. Por ejemplo, él fue el que trajo a la ULL las primeras concepciones y las referencias a estudios de vanguardia sobre la semántica (que luego desarrolló Ramón Trujillo). Y se dedicó a formar alumnos, especialistas e investigadores en el campo de la lengua. De donde resultó ser un maestro de maestros, la punta de lanza de lo que luego se alcanzaría en nuestro establecimiento (con especialistas reconocidos) hasta nuestros días. Y en su momento, don Gregorio Salvador hizo campo de honor sobre lo que su cátedra exigía: la lengua y la literatura juntas. Se manifestó, y con valentía. En dos factores que recuerdo y que fueron pertinentes y aleccionadores: sus lecciones sobre nuestro Alfonso García Ramos y su Guad y la llegada al sector de la crítica, por primera vez aquí, de Gabriel García Márquez.

Granadino de origen, resultó madrileño por opción. Y allí, en profesión, una de sus dedicaciones más duraderas (no exenta de polémica algunas veces, pero eso no cuenta), lo que lo encumbra como uno de los máximos exponentes de la institución, lo que consumía su tiempo y su brío: la Academia Española de la lengua.

El recuerdo redime no solo las condiciones, sino lo que representan las condiciones. Don Gregorio Salvador habría de ser inmortal. Pero murió. Descanse en paz.

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