Le acabo de hacer a unos amigos una curiosa confesión: “Mi problema actual es que no tengo nada que contar; me he quedado seco”. La política pequeña, la canaria, no me interesa. Me da igual que Casimiro sea o no presidente del Gobierno autónomo porque el pacto en vigor se rompa. Dicen que están hartos de Román. La política más pequeña, la española, tampoco me interesa. Está en manos de imbéciles e incompetentes, de cajeras de supermercado y de patanes ideológicos. Y la política mundial, menos, porque depende de personajes tan turbios como Putin, el chino, el coreano gordo y Trump, por poner tres ejemplos perecederos, pero a más largo plazo, y uno en su tramo final. En España ya sólo se habla de la pandemia y de si van o no a declarar a Madrid zona catastrófica por la nieve. Los telediarios son de un patetismo brutal, con alguna excepción valiente, como la de Vicente Vallés. Los programas deportivos son un desastre, se pasan horas siete tíos discutiendo si una jugada fue o no penalti o la futura vida de Messi, que es como la vida de Brian. Hemos llegado a una saturación tontorrona de la actualidad, hemos dejado que las fake news nos sorban el seso y hemos convertido la información en un mercadillo de banalidades. Y luego están las redes, el espionaje universal por medio de ellas y el enriquecimiento ilimitado de sus dueños. Las redes tienen tanto poder que pueden bloquear la cuenta del mismísimo presidente de los Estados Unidos, aunque éste se haya vuelto loco. Es para aterrarse. Juan Verde, que ha asesorado a Obama y a Biden, y que es canario, ha dicho que en USA se puede producir una guerra civil. Quizá por eso el Capitolio se llenó de banderas confederadas. Quizá sea el miedo el que me hace estar más seco que un esparto y desvariar. Quizá.