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Navidad en el Plaza

Como todo lo guardo, conservo las facturas, algunas llaves, varias tarjetas de huésped, latas de chocolates, ceniceros y hasta una placa con el número de una habitación del hotel Plaza de Nueva York. Todo esto está -vamos a llamarlo así- protocolizado en tomos, ordenado por fechas. No sé dónde irá a parar esta ristra de recuerdos, pero yo los guardo. Allá mis hijas con lo que hacen con ellos. Una vez llevé a la mayor, María Eugenia, al Waldorf Astoria, en los tiempos en que atábamos los perros con longaniza. Cuando entró en la suite reservada, ella me dijo: “Papi, ¿y cómo vamos pagar todo esto?”. “No te preocupes”, le dije, “ya está todo pagado”. Mis tres hoteles favoritos de Nueva York eran el Plaza, el Intercontinental -junto a la catedral de San Patricio- y el Waldorf Astoria. Pasé muchas vísperas de Navidad en la gran manzana, entre tiendas de lujo y restaurantes tan famosos como Smith and Wolensky, en la Tercera Avenida. Otro restaurante que frecuentaba era el Victor´s Café, donde charlé varias veces con Roberto Mano de Piedra Durán, que era amigo del propietario cubano, Víctor. Cerraba tarde, así que muchas veces, agotado de las compras y de los musicales, iba allí a saborear la ropa vieja y esas cosas. Recuerdo una anécdota del Plaza. Salía con una amiga, Fátima Zerolo, a hacer unas compras y la dejé trabada en la puerta giratoria principal del hotel, para ver su reacción. Sin darme cuenta de que en otro de los compartimentos quedaban también inmovilizados Donald Trump y uno de sus guardaespaldas. Fue gracioso: Trump acababa de comprar el hotel, que luego vendió creo que a un consorcio japonés. La última vez que visité el Plaza fue con Loli, mi mujer, en 2008. Lo habían remodelado y lo habían dejado precioso. Ya no he vuelto a Nueva York, ni creo que regrese, aunque quién sabe.

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