El ser humano es un ser visual, nos habría convenido ver a los muertos. Se nos ha infantilizado como sociedad, tratándonos como al niño mimado que no puedes apartar de la felicidad. Las imágenes de féretros o pacientes intubados, sin caer en lo gore, hubiera servido para contener algunas actitudes -una afirmación, ésta y las anteriores, del neurólogo Tomás Segura; reflexiones recogidas en una entrevista de recomendada lectura concedida a El Español-. Cabe celebrar su claridad respecto al error de haber secuestrado las imágenes de la realidad, rebajando así la gravedad de lo que está pasando; un pecado sin contestación, una sobreprotección ocular que ha propiciado que muchos sigan sin dimensionar lo que está ocurriendo. Desde los comienzos, allá por marzo, el tratamiento informativo de la pandemia se ha movido entre el exceso y algo que se parece bastante a la censura. La saturación informativa, con España como ejemplo extremo, ha sobrevolado el sinsentido desde el principio, impermeabilizándonos, provocando que la sobredosis estadística nos inmunice, de ahí que meses después oigamos sin escuchar, miremos sin ver, seamos agua que procura no mezclarse con el aceite de los incesantes partes de guerra. Esta dinámica lejos de responsabilizarnos satura, aísla. En el otro extremo, con razones nunca verbalizadas (blindadas por un pacto no escrito) han apartado del ojo público las imágenes de la tragedia, consolidándose una espiral según la cual se pide que nos comportemos como adultos pero tratándonos como menores de edad. Hemos pecado de optimismo en la gestión inicial de la pandemia, y de soberbia. El optimismo nos metió en esto, sí, pero también nos ayudará a dejarlo atrás, a salir de la libertad condicional donde nos tiene atrapados el maldito virus. Optimismo. Inversión (no le falta razón al neurólogo cuando afirma que hay que invertir buscando rendimientos de Estado, no resultados electorales). Paciencia. Y humor. Ni un paso atrás ante el acoso de los derrotistas -y de sus juicios sumarísimos- a quienes nos tomamos esto tan en serio que no podemos permitirnos que la tristeza lo empeore. El humor nos ayuda a sobrellevarlo. Hay que defenderse del desánimo con el empeño que demostramos combatiendo al virus. Si dejándonos arrastrar por el pesimismo salváramos vidas, nos tiraríamos de cabeza a una piscina de cenizas; pero la tristeza es parte del problema, nunca de la solución.