el charco hondo

Sálvese quien pueda

La putrefacción no es algo que experimenten únicamente los órganos u otros elementos. Cuando la descomposición rompe o desintegra el tejido moral, el cuerpo social se resiente porque los gases que liberan las conductas intolerables hacen que la atmósfera se vuelva irrespirable. Vacunarse cuando no toca -abusando de la posición que se ocupa- es una indecencia. Hacer trampas amparados o acompañados por otros (colaboradores necesarios) da cuerpo a una obscenidad tan brutal como dolorosa, frustrante. Aquellos que se han vacunado saltándose la fila, abandonando el barco cual capitanes a la fuga, se asocian con su actitud a quienes en situaciones de supervivencia concluyen que algunos valores -la solidaridad, entre otros- lastran sus opciones, y dan el paso de birlar agua y alimentos o se cuelan en botes de salvamento saltándose los protocolos. Los peores instintos han salido a pasear. El egoísmo que el miedo alimenta ha echado a correr, en pelota picada, por algunos despachos. Sálvase quién pueda. Correr. Correr. Pónmela. Póntela. Pónsela, ahora que nadie mira. Y después, cuando la trampa sale a la luz, lágrimas de cocodrilo, coartadas de porcelana o apelaciones al mismo interés general que han humillado aprovechándose de la posición que ocupaban. No habría sido descabellado decretar un listado enormemente restringido de responsables públicos que debían vacunarse junto a los primeros grupos -personas cuya sustitución al frente del operativo generara vacíos de poder, ni uno más-. No se hizo, pero por el país afloran pícaros, cargos de segunda, quinta u octava fila que se han autoproclamado figuras esenciales, insustituibles. Qué descomposición personal. Cuánta putrefacción argumental. Darse cobertura apelando a indicaciones de éste o aquel, con criterios cosidos para la ocasión, no tiene calificativo -o sí-. Si alguien creyó que saltarse el orden establecido estaba justificado por ésta o aquella razón, debió preguntar antes de vacunarse. Huir de la pandemia por la puerta de atrás es indecente. Saltarse la cola de la vacuna abusando de la posición que se ocupa es nauseabundo. Si creyeron que debían vacunarse debieron solicitarlo formal u oficialmente, y esperar por las indicaciones; nunca al revés. Justificarlo a posteriori, ya vacunados, provoca que sus argumentos huelan como lo hacen los cuerpos en descomposición. Decenas de miles de muertos -pasados, y futuros- no merecen comportamientos tan obscenos.

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