A las 18.20, aproximadamente, tras escucharse en el pasillo algunos disparos y gritos, fuego, fuego, al suelo todo el mundo, irrumpió en el hemiciclo un número elevado de gente armada y con uniforme de la Guardia Civil, que se situó en lugares estratégicos, amenazó por la fuerza a la Presidencia y, tras un altercado con el vicepresidente, conminó a todos a tirarse al suelo, sonando ráfagas de metralleta e interrumpiéndose la sesión del 23 de febrero de 1981. Después de los impactos de bala en el techo y del desconcierto inicial, quienes desde el gobierno o la oposición protagonizaban la política (léase política con mayúsculas) contuvieron la respiración y, atrincherados en el silencio, esperaron a que el Estado devolviera el golpe cortando los cables de la bomba; desactivándola, primero, y cerrando filas, todos a una, después. Ayer, cuarenta años después, 23 de febrero de 2021, la escena habría sido bien diferente. A las 18.20, aproximadamente, tras escucharse en el pasillo algunos disparos, al suelo todo el mundo, apartando a los Guardias Civiles irrumpiría en el hemiciclo un número elevado de tertulianos, analistas de lo que toque, ex maridos de Belén Esteban, concursantes de la isla de las tentaciones y colaboradores de Jorge Javier Vázquez que, buscando reacciones o testimonios escalofriantes que enganchen a la audiencia, se situarían en lugares estratégicos y, tras incontables altercados con trece o catorce vicepresidentes, veinticuatro ministros, parlamentarios socialistas, populares, independentistas, franquistas reciclados y progres de última generación, el teniente coronel gritaría sin ser escuchado, bajen la voz, escúchenme, así no hay quien dé un golpe. Cuarenta años después, quienes desde el gobierno o la oposición protagonizan la política (léase política con minúsculas) aprovecharían la presencia de cámaras y micrófonos para arrojarse argumentarios, echarse la culpa, dar salida a la ración diaria de insultos y descalificaciones, chupar primeros planos, exigir un pleno monográfico para decidir qué somos, sí país, nación, estado o comunidad de vecinos, y para presentar una moción que repruebe a quienes se sentaban en el hemiciclo el 23 de febrero de 1981, en particular, y a los españoles de aquel año, en general. Cuarenta años después no habría cierre de filas, ni todos a una, solo tendríamos bronca, circo, inmadurez y piedras sobre el tejado que en los setenta este país construyo con pragmatismo, cintura y sentido de Estado; haciendo algunas concesiones, sí, pero con la inteligencia que ahora parece brillar por su ausencia.