Cuentan que la vida sorprende a las mujeres y a los hombres. Es decir, se opera por condición divina, o lo que es lo mismo, no sabemos lo que nos va a ocurrir dos pasos más adelante de los que hemos dado. Y ello se sustenta por la más notable maniobra de los mortales, pensar en eso que llamamos Dios, en eso que se aviene en ser el gran Hacedor, el supremo Creador. Por lo cual es famoso el gran Alfred Huxley. Era inmensamente rico. Encontró una gran cantidad de petróleo en las propiedades de la Texas que lo vio nacer y en la que vivió. Así que ideó un pulso portentoso contra el ser en el que no creía, el impostor Jesucristo. Se movió. Contrató a los sabios más importantes del globo para un plan: construir no una nación, que era poca cosa para su fortuna, sino un planeta. Los ilustrados se dieron a la labor y lo lograron andados los años; un planeta igual a los otros planetas habitados del cosmos, como la Tierra. De ese modo (Uqbar, lo llamaron), el astro resistía lo que resisten las gloriosas enciclopedias: las personas que lo pueblan, las lenguas que hablan, la arquitectura, la ingeniería, la metafísica, la filosofía, la literatura… Todo. Con la condición que los eruditos probaron: la especialidad. Por ejemplo, en el modo de usar los idiomas, adjetivos que son verbos; en las cualidades de la poesía, no nombrar a la luna; o los caros objetos que inventaron. Huxley quería restregarle a Dios su convicción: el laberinto sacro es insondable, irreconocible; el que él había pagado era un laberinto creado por los hombres para ser recorrido por los hombres.
Es la historia de Juan Cuende. Nos dijo que el mundo es una maravilla cuando se encuentra. Él lo descubrió. Fue en su pródigo viaje a Arabia. Lo aceptaron como honrado. Luego, lo dejaron actuar. Su harén. No porque fueran más de una docena; siempre en la variedad se encuentra a la más maravillosa. No lo creímos, fondo machista. Supimos que alguna vez viajó pero jamás en su camino se mostró un país musulmán. Fábula. Mas una tarde apareció por su casa una chica de tal condición. ¿Del harén que describió? No lo reveló. Respetamos que con ella se juntara y que fuera feliz hasta la muerte.
Quisimos conocer sus peculiaridades. Nunca respondió. Concluía la conversación siempre con una frase: los clavos penetran en las guías. Lo cual quiere decir que se guardaba la respuesta a la pregunta que nos hacíamos: ¿Qué somos las personas, lo que aparentamos o lo que simulamos? Su rostro no lo delató, pero lo percibimos.