el charco hondo

Coronillas

Recupera Irene Vallejo -El infinito en un junco, muy recomendable- una estupenda historia de Heródoto, episodio que -basado en hechos reales- Vallejo rescata para demostrar que en situaciones excepcionales también los cuerpos sirven como canal de información u ocultación. Histieo, general ateniense, decidió azuzar a su yerno Aristágoras con el fin de provocar una revuelta contra el Imperio persa. Los caminos estaban vigilados, con lo que era altísima la probabilidad de que registraran a los mensajeros antes de llegar a Mileto, en la actual Turquía. ¿Dónde llevar escondida una carta que les condenaba a la tortura y a la muerte lenta si se descubría? El general tuvo una idea ingeniosa. Afeitó la cabeza al más leal de sus esclavos, le tatuó un mensaje en el cuero cabelludo y esperó a que le creciese de nuevo el pelo. Histieo a Aristágoras, subleva Jonia -éstas fueron las palabras tatuadas-. Cuando el pelo nuevo despuntó cubriendo la consigna subversiva, continúa la autora de La invención de los libros en el mundo antiguo, envió al esclavo a Mileto con la única instrucción de afeitarse la cabeza en casa de Aristágoras. Nadie puede leer en su propia coronilla, así que el plan siguió adelante sin que él llegara a saber qué decían las palabras tatuadas. De regreso a nuestros días, los Histieo y Aristágoras que se sientan en las mesas decisión, ora de la Unión Europea, ora de la industria farmacéutica, ora de los gobiernos de los Estados miembros de la UE, bien lejos de la transparencia y de la buena gobernanza con las que colorean los discursos, van a más -luego, a peor- con el oscurantismo, la ausencia de explicaciones y otros malos hábitos que oxidan, y de qué manera, la salud democrática. Lenta pero imparablemente, sin que alguien les tosa, con los medios de comunicación o los analistas dejándose adormecer en la cuna de la resignación, bajo el paraguas de los sucesivos estados de alarma -y ya consolidado el estado de excepción al que nos ha arrastrado la pandemia- contratan, decretan, reparten, legislan o instauran apagones informativos sin que les rechisten. Sea en el plano más doméstico -¿quién decidió lo de Arguineguín?-, estatal -¿por qué se contrata con ésta o aquella empresa?- o supranacional -¿quién cierra o regatea con las farmacéuticas?-, la transparencia es a la pandemia lo que la verdad a las guerras, una víctima estelar. Están tatuándonos los hechos en la coronilla para que no podamos conocerlos, informaciones amputadas -censuradas- que nos tienen en la antesala de un apagón democrático.

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