Anormalidad (institucional, entre otras) es que un vicepresidente del Gobierno apadrine la hipérbole malintencionada, y calculada, de que España es un país donde no se da una normalidad democrática plena. Adereza Iglesias tal afirmación con el aliño habitual, resucitando la jerga con la que manipulaba antes de ser ministro. No profundiza, no tiene con qué; no le interesa, no sea qué. Su preocupación es otra, otro el asunto de fondo. Necesita llamar la atención, recuperar el foco perdido, hacerse notar, sacudirse el papel de actor de reparto o ministro menor donde lo tiene Sánchez. Sabe Iglesias que están desdibujándose, diluyéndose, de ahí que su portavoz parlamentario haya bajado de la buhardilla la partitura callejera, los eslóganes que precedieron a las moquetas. Pinta irresponsable (y obsceno, por hipócrita) que un partido en el gobierno, y en los ministerios adyacentes, se permita la pose de apoyar a quienes estos días están protagonizando las protestas por el encarcelamiento de un individuo minúsculo, colateral. Podemos pretende el imposible de seguir perteneciendo club de los antisistema -socios con coche oficial-. Esa viñeta no cuela. Se equivocan. La caricatura los deja en tierra de pocos. A ojos de la calle son poder, influencias, dietas, despachos untados de solemnidad. Por pontificar sin convicción sobre anomalías democráticas, mientras tontean con los alborotadores, siembran ambigüedades y juegan a la revolución, muchos que los apoyaron están anunciando su regreso a la casa común socialista. Podemos está en la peor casilla del tablero, ésa donde no contentas a nadie porque unos creen que te pasas y otros que te quedas corto. Hasél es la anécdota del caso Hasél. El rapero no debe ir a la cárcel, la ley debe cambiarse; pero alguien sin talento alguno que tira de violencia verbal para huir de la inexistencia no merece empatía, ni nada que se le parezca. No hay razones para elevar a la condición de mártir a quien grita que no le dan pena los tiros en la nuca de los demás -no lo quiero en la cárcel, pero tampoco en mi mesa-. No es nadie, si acaso la excusa que algunos estaban esperando para incendiar la calle. No habla el vicepresidente, ni le preocupa, la anormalidad plena de tener a una parte del Gobierno tonteando con las protestas que han acabado destrozándole el negocio y el trabajo a las víctimas de los vándalos. Normalidad democrática es que un vicepresidente del Gobierno de España se ponga en la piel de quienes han sufrido destrozos y saqueos en tiendas o negocios. Esto otro, lo de Iglesias, es puro teatro.