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Los sueños de estar en casa

Ya no sueño con que no salgo del cuartel, sino que me quieren dejar dentro no sé cuántos meses más; ahora el sueño recurrente es el colegio mayor de Sevilla, de donde me quiero ir, perseguido por curas asesinos. Es curioso, cuando metieron a mi padre en la UVI, poco antes de morir, me dijo: “¡Echa a ese cura que está detrás de la columna!”. No había tal cura, ni en la UVI ni en el colegio mayor, que era seglar; si acaso, el capellán. O sea que la vena levemente anticlerical de la familia se me traslada ahora a los sueños del auto confinamiento, que son más prolongados que los de la vida antes de la pandemia. Una pandemia que nos conduce al disparate, porque de no caminar tengo los músculos agarrotados y cualquier día de estos me verán con un bastón para no caerme. No quisiera convertirme en un viejo prematuro, ni en un muñeco que camina planchando, ni en un inspector de obras, como lo son casi todos los de la tercera edad. Pero voy camino de eso, desde que me jubilé, en la noche de los tiempos. Ahora, lo mismo me duermo en un sillón viendo cómo cazan los cocodrilos en Mega, que me despanzurro en la cama, ajeno a los problemas del universo mundo, cada vez más desagradables. Mi entretenimiento principal, ya lo saben ustedes, además de la lectura, es observar el diálogo de los desperrados con los cajeros automáticos de La Caixa situados enfrente de mi casa. Los desperrados tratan de convencer a los cajeros, en ocasiones con buenas palabras y en otros a golpes, que les suelten pasta. Tarea infructuosa, porque los jodidos están bien entrenados. Ni un euro que no figure en el estadillo. Pero, fíjense, con los cajeros no he soñado, aunque no pierdo la esperanza.

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