Una rana y un periodista saltaron un día de una olla de agua hirviendo; no aguantaron un segundo, el instinto de supervivencia los sacó de allí a toda velocidad. Otro día el agua estaba fría, así que saltaron dentro y nadaron sin prisas, relajados. Ignoraban la rana y el periodista que el agua iba calentándose, poco a poco, despacio; de fría pasó a templada, pero una y otro iban acostumbrándose, se adaptaban. La temperatura continuó subiendo, tanto que llegó a caliente, y de caliente a asfixiante, pero como ocurrió de forma gradual no se dieron cuenta. La rana murió de calor y, el periodista, adormecido, perdió el conocimiento justo antes de perder también la razón de serlo, su oficio y función, buscar respuestas, explicaciones, datos, luz. Al periodista un día le dijo Jordi Pujol, hace años ya, qué tocaba o no tocaba. Otro día Mariano Rajoy vació de contenido la labor periodística instaurando las comparecencias con plasma, disfunción con la que enterró las ruedas de prensa. Y así fue cómo poco a poco, despacio, y sin que los medios de plantaran, el periodismo en este país encajó otra derrota, retrocedió. Más tarde llegaron las convocatorias selectivas, excluyentes, de la derecha extrema. Y con el estado de alarma, tan dado a concentraciones de poder excesivas, abusivas e inflamables, se colaron en el paisaje periodístico algunos malos hábitos que estos últimos meses han ido expandiéndose. La transparencia cayó en desgracia. Casado anunció con solemnidad que se acabó el pasado, y que en adelante él decidirá qué tiempo verbal debe usar la prensa. La obligación de responder a lo que se pregunta ha decaído para responsables públicos a los que no les tiembla la voz, ni el pulso, cuando se refugian en el secretismo o en frágiles cláusulas de confidencialidad y otras materias reservadas. La opacidad creció, pero como le pasó a la rana con el agua de la olla, los periodistas no repararon en que los estaban chamuscando, asfixiándoles su labor diaria. Y así fue que el delegado del Gobierno, sintiéndose blindado por este contexto de involución y catarro periodístico, se ha permitido estos días proclamar de qué se habla o no -no se habla de esas cosas, ha zanjado cuando se le han hecho preguntas incómodas-. Y no pasa nada. Ni colectiva ni colegiadamente se formaliza una protesta. Se deja correr. Los periodistas seguimos nadando en la olla, lo dejamos estar; nos suben la temperatura hasta envasarnos al vacío, pero nos acomodamos. Nos cambian las reglas del juego y ni nos tomamos la molestia de levantar la voz para exigir algo de luz, respuestas, y que se respete el derecho a la información.