superconfidencial

17 minutos

El lunes último, en la entrevista con el empresario gomero Raúl Méndez Mora, deslicé que su patrimonio se calculaba en 900 millones de euros, más o menos. Le pido perdón a Raúl porque el duende que llevo encima me colocó un cero de más. Y hay que dejar los ceros en su sitio. Disculpa, Raúl. Empleo una media de 17 minutos en cada uno de estos artículos como el que están ustedes leyendo. Las entrevistas, además del almuerzo en el que las mantengo, necesitan unas dos horas y cuarto para ser transcritas y corregidas. Escribir en un diario, para un profesional de esto, es algo más mecánico que otra cosa. El periodismo tiene mucho de automático, de rutinario. Hace falta ser un tío muy imaginativo para que todas las notas parezcan obras de arte y para que no se deslicen los ceros. Casi siempre constituyen un conjunto de párrafos automáticos, en el que se emplean pocos giros novedosos y más bien las mismas palabras para el elogio y para la crítica. Quiero decir que el periodismo sin reflexión aporta pocos atractivos al periodismo como ciencia, si es que el periodismo lo es, que no lo sé. Bien es verdad que el artículo, la crónica, el puto folio, se ha convertido en género literario, gracias a genios como Azorín, González-Ruano, Camba, García Márquez y otros. Unos escribían deprisa y otros más despacio, pero todos manejaban bien las palabras. Como Umbral. El último gran cronista de los reconocidos en España es Raúl del Pozo, que sustituyó a Umbral en El Mundo y que cita bien a los clásicos, de ahí la oportunidad de sus mementos. Los cronistas de hoy son una valiosa herencia del periodismo del pasado y los plumillas hemos comido muchas veces gracias al llamado puto folio, un sensacional matahambre de esta profesión inestable, incomprensible y descreída. Disculpa, Raúl (Méndez) de nuevo. No eres tan rico, coño, qué pena.

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