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Ay, mi madre

Me he descojonado –ay, mi madre- con la lectura del resumen de un libro de Elizabeth Duval, joven filósofa, activista que fue de ese mundo raro que canta el bolero. Ha dicho: “Estoy hasta el coño de lo trans. Me jubilo como activista”. Y ha añadido que “el ano carece de potencial emancipador”. Para los no tolerantes, reitero que son palabras de la que fue una de las suyas, así que a mí que me registren. Es bueno ser valiente, aunque en este país –y en otros también, ¿eh?- ser valiente sea un problema. En tiempos del insigne catedrático don José María Hernández-Rubio y Cisneros, el profesor de Derecho Político escuchó murmullos subidos de decibelios en el tercer banco de la clase. “A ver, el tercer banco, a la calle”, dijo don José María. Los alumnos se levantaron, alzaron el pesado banco en hombros y lo tiraron por la ventana. Don José María esperó a que se reubicaran los revoltosos, dijo “muy bien” y siguió dando la clase. Puede que sea leyenda, puede que sea verdad, pero no me extrañaría la certeza del lance, dado lo original y valioso del personaje. Estamos, hoy, inmersos en un país sin humor ni elegancia, en el que los profes van de anorak cuando nosotros asistíamos a clase con chaqueta y corbata. Ay si no la llevaras en la clase de don Felipe (González Vicén); exhalaba un mugido y te mandaba a freír puñetas, más pronto que tarde. Don Felipe lloraba cuando contaba la muerte de Sócrates. Don Felipe era un genio de la filosofía y escribió y tradujo mucho. Me hubiera gustado grabar sus clases, qué pena. Por lo menos, La Laguna le dedicó una calle a González Vicén, en vez de a Breznev, a quien el consistorio lagunero felicitó en cierta ocasión por un aniversario de la revolución bolchevique. Breznev no durmió esa noche de la emoción.

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