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Ayer tuve un sueño

Fui a Madrid, citado por la COPE. Me sentaron en una sala con directivos de la cadena, presididos por Fernando Jiménez Barriocanal. Estaba presente Juan Narbona, hoy jefe de la cosa en Canarias, al que habían ascendido. Juan le había advertido a Barrionacal: “Cuidado con éste, porque si se tiene que cagar en la madre de un prelado, va y se caga”. Yo tenía las referencias favorables de Carlitos Herrera (que me llamó el otro día porque le envié unas fotos de un viaje inolvidable que hicimos) y de Pepe Oneto, que en paz descanse. Total, les dije que el dinero no me importaba, que me dieran el peor programa de la cadena y dos ayudantes, preferentemente mujeres, que yo tenía casa en Madrid (que la tuve), que levantaría ese espacio y les haría ganar mucho dinero. Y que, luego, como premio, me pasaran al equipo de Paco González y de Pepe Domingo Castaño. Quedamos de acuerdo. Incluso me senté en el sitio de los directivos durante la reunión, porque el chiflete que entraba por la ventana me estaba causando un terrible lumbago. En esto que una secretaria y otro señor calvo vinieron a buscar a Barriocanal, como pasa siempre en los sueños, y se interrumpió la reunión; pero ya habíamos firmado. Al día siguiente, por la mañana, me llamó mi hija Cristina para decirme que sufría una lumbalgia. “Pero tú no estabas en la reunión de la COPE”, le dije. Y ella se quedó en treinta y tres, claro. Yo estaba confundiendo el sueño con la realidad. Al mes me habían concedido el premio Ondas y la Antena de Oro, lo cual es casi imposible para un periodista de provincias, aunque algunos de ellos, como excepción, lo hayan conseguido: Pardellas y Paco Padrón. Lo más bonito de la historia fue el ascenso de mi amigo Narbona, al que le envío un abrazo. Por sus méritos lo conseguirá.

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