despuÉs del paréntesis

Cien años

Cuentan que el cinismo de Borges se manifestó. Le preguntaron, maestro, ¿qué opina usted de Cien años de soledad? y él contestó: demasiados años. El libro que acaba de aparecer en EE.UU. se llama Acent to glory (Ascenso a la gloria). Lo escribió un sociólogo canario que se llama Álvaro Santana-Acuña (del prestigioso Whitman College de Washington). ¿Qué contiene? Uno, dar cuenta de los intricados catorce meses de escritura de la obra de García Márquez; escritura que supuso innumerables consultas entre los cercanos (de Carlos Fuentes a Plinio Apuleyo) y lecturas públicas de capítulos para cerciorarse. Resultó una redacción de errática puntuación que (por suerte) se corrigió, cosa que no ocurrió con alcances precisos de El otoño del patriarca y así le fue. Dos, cómo Cien años de soledad se convirtió en un clásico universal, al punto de que en España se abrió la puerta a una infame comparación con el Quijote.
¿Qué ocurre? El Boom. Y algo que señaló: América. Mas la cuestión no es esa, sino qué América le interesó a García Márquez. De ahí sale un personaje sublime, Carlos Barral, el fundador de Seix Barral, la editorial que puso en funcionamiento al dicho Boom. Cien años de soledad arguye esa discordia. En primer lugar, al nombrado Barral no le interesó en absoluto esa novela. No la publicó y eso le pasó cuentas aunque él no se inmutó. ¿Qué? A Barral no le interesó la idea que esa fábula exhibe: concesión a lo mágico y a lo arquetípico contra el real, más barbarie frente a civilización. En lo primero se enfanga García Márquez, en lo segundo se instaló Barral; desde el apoyo incondicional al Vargas Llosa de la excepcional La ciudad y los perros a la enjundia narrativa de La casa verde y Conversación en La Catedral. Las novelas de García Márquez (esa y todas) son una concesión al macho y a lo acabado, aparte de soslayar acuerdos técnicos y funcionales sublimes, por ejemplo, el más resolutivo Faulkner de Rulfo y Vargas Llosa al lado del solo Macondo. Y congenia en esa urdimbre lo que Cien años de soledad sustancia: trabas al libro español allí igual que al cosmopolitismo por el nacionalismo (Editorial Sudamericana).
¿Qué queda? El artificio y la ostentación por los despliegues temporales, la construcción de tipos ingénitos (Aureliano Buendía, Úrsula Iguarán…) y la pericia verbal. Ello frente al ingenio sublime de Borges, las destrezas narrativas de Arlt o la solvencia sideral de Rulfo. ¿Poco? Eso es García Márquez.

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