Antes era distinto, más fácil. A los niveles se les endilgaba un número, y ya, listo, sacábamos la tabla periódica que correspondía al uno, dos o tres, y a otra cosa, cada dígito tenía adjudicado un catálogo de restricciones, quinielas fijas, sabíamos a qué atenernos, reiterábamos el manual de instrucciones. El uno, dos y tres eran uno, dos y tres, y listo, sin anotaciones al margen, ni observaciones, puntos suspensivos o adendas. Atrás quedaron los niveles puros; al pan, pan. Del carnaval a esta parte las cosas han cambiado. En Madrid, sin duda; porque allí, en sedes, digitales y tertulias, las olas y la pandemia son ya un mal recuerdo, algo que fue, ya no (será que los partidos han alcanzado la inmunidad de grupo, de ahí que hayan vuelto a la normalidad mientras la gente de a pie sigue sumergida en el tornado epidemiológico y laboral). También aquí, en las Islas, ha dejado de ser como antes. El vértigo que genera el nivel uno (para Gran Canaria o Tenerife, especialmente) solo es comparable al palo anímico, social y económico que supondría volver al nivel tres; así se entiende que ahora eviten llamar a las cosas (a los niveles) por su nombre. Hemos pasado del uno, dos y tres, al nivel dos agravado, al nivel uno reforzado con algunos detalles del dos, al nivel dos con espuma de leche, muselina de apio, almendra y trufa, o al nivel uno con papa fondant, toque de queda y huevos benedictine con huevas. Cualquier fórmula es bienvenida con tal de no mentar la soga, del uno o del tres, en casa del confinado —inducido, en este caso—. Pinta raro. Huele a que algo similar podrá pasarnos cuando nos acerquemos a la inmunidad de rebaño. Cómo descartar que no nos agrupen o devuelvan a las fases y bandas horarias, solo que esta vez no será por edades o profesiones sino atendiendo a qué vacuna nos han puesto y, sobre todo, a la efectividad de la que nos haya tocado. Quién nos garantiza que no acabarán diferenciando las libertades de unos u otros, de tal forma que en el interior de los restaurantes puedan sentarse los Pfizer y Moderna, manteniendo a los Johnson & Johnson en espacios abiertos. Qué decir de los AstraZeneca, puede que obligados a no mezclarse con otros vacunados. Más vale que las dudas se despejen pronto. El estado de alarma tiene a los responsables públicos con el gatillo fácil y el boletín espeso, cómo no temerse que cuando lleguen los carnavales se celebre el sábado de piñata solo para los Pfizer, y que a los AstraZeneca únicamente les permitan acercarse al desfile de coches antiguos. Los desniveles se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban.