el charco hondo

La perdiz

Si estos meses no hemos aprendido algo tendríamos que concluir que no nos merecemos mejorar, ganar la partida. Ojalá hayamos tomado nota, confiemos en que cuando salgamos de esta pandemia Canarias valdrá más, y ofrecerá más, de lo que las Islas valían, y ofrecían, antes de esta primera crisis epidemiológica. De cara al verano (y a los inviernos, otoños o primaveras sucesivos) lo suyo es que el regreso de los turistas no vuelva a pillarnos mareando la perdiz, dándole vueltas a esto o lo de más allá. No podemos permitirnos tropezar por tercera o cuarta vez en idéntica piedra, perdiendo el tiempo porque nos dan largas con excusas insostenibles. No puede ser que, como pasó este último año, nos duerman el partido abriendo melones con vocación de mantenerlos abiertos. Cuando los británicos vuelvan a subirse a un avión, y con ellos los alemanes y otros mercados, en las Islas debemos tener bien engrasadas razones que generen confianza y tranquilidad a millones de turistas que necesitan viajar, huir de las grandes ciudades, cobrarse el año perdido, gastarse lo que han ahorrado o los días libres no consumidos. Canarias debe estar ya en las pantallas de sus móviles o portátiles, mostrarse cuando ahí fuera se reúnan para decidir dónde quieren resucitar. Las Islas deben contar a peninsulares o europeos que somos su mejor plan, el destino que necesitan para sacudirse las telas de araña que generaron los confinamientos directos o inducidos, las restricciones y los meses robados. Millones de turistas deben enterarse de que en las Islas el virus lo tiene más difícil que en territorios continentales, que domesticamos rápido (con solvencia) los picos de contagios; no porque seamos más listos, sino porque somos Islas. De ahí la importancia, antes, ahora y en adelante, de haber aprendido que nuestros aeropuertos son los cortafuegos que nos permitirán gestionar las alarmas epidemiológicas del futuro, diques de contención capaces de cortar el paso si no a todas sí a muchísimas cadenas de contagios. Ahora que se acerca la resurrección que no vuelvan a tenernos, en los ministerios, mareando la perdiz. Álvaro Pombo escribe —en su recomendable La fortuna de Matilda Turpin— que Emilia no puede pensar aquello que no puede ser pensado, porque para pensarlo tendría que pensar lo que no sabe. Los canarios ya sabemos cómo debemos hacerlo, que no vuelva a pasar que los que no saben —en despachos situados a cientos de kilómetros de aquí— piensen por nosotros y nos tengan mareando la perdiz.

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