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Luces de Bohemia

Mi sobrino Jorge, al día en materia electrónica, mando a pedir a China, y llegó puntualmente, un aparatito que se instala en el váter y que, en teoría, cambia de colores cuando te sientas a lo que sea (yo me siento ya para todo) y cuando te levantas del excusado. El aparato ha resultado ser tan sensible que también cambia de colores al compás que le marca la almorrana o cuando se te escapa algún frenazo, lejos de sus anunciadas funciones de hacerlo cuando te levantas o te sientas. Y cada vez que voy al baño se produce todo un festival arco iris, que la verdad no me hace gracia, no por el arcobaleno en sí, sino porque el símbolo colorista y meteorológico ha sido adoptado por instancias no compartidas. Hay que joderse con lo que inventan los chinos, que han convertido mi cuarto de baño en la verbena de La Paloma y he estado a punto de cancelar el putiferio de un manotazo, aunque debo mirar bien para que el aparatito no se me vaya por el bajante y me haga un destrozo. Vivimos al albur de la propaganda de las cosas inútiles. El otro día, Jorge apareció con una almohada de propiedades milagrosas, en las que sólo cree él, como dice el mago para enderechar el cogote. Una vez me fui de promoción turística al Reino Unido y en la expedición figuraban Melchor Alonso, a la sazón presidente del CIT de Santa Cruz, y el querido Alfonso García-Ramos, que se pasó el viaje gritando: “¡Enderecha el cogote, Melchoi!”. Y así sucesivamente, hasta que el otro se calentó y le quitó el habla. Alfonso, cuando se ponía reiterativo, era la leche. En ese mismo viaje se metió con el fotógrafo Cebrián, pero éste fue más expeditivo. Le ofreció un piñazo y Alfonso frenó. Aquellas promociones eran muy entretenidas, no como las luces de Bohemia de mi váter.

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