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Masacrar a un rey

Un cronista de provincias jamás estará en los secretos de Estado. Ni siquiera en las pequeñas o grandes traiciones familiares: ni en la de don Juan Carlos a su padre, el rey Juan, ni en la del rey “niño” actual al suyo, el rey Juan Carlos. Pero sí puede entrar el despistado cronista de provincias en la algarabía nacional y en el tiro contra un rey emérito, cuyas cualidades democráticas han sido notorias y cuyo papel en la historia se convirtió en crucial, porque él fue el principal instrumento para que la democracia volviera a nuestro país, tras Franco. En realidad, Franco ya lo sabía porque cuando el joven Juan Carlos preguntó al dictador consejos para gobernar a los españoles, el viejo general le respondió que no se los podía dar porque las circunstancias que rodearían a su reinado serían muy distintas a las de los tiempos del dictador. Este es un país de golfos y de pícaros y sólo se ponen de acuerdo entre ellos para masacrar a alguien. Ahora, hasta en los programas cuyos tertulianos son auténticos analfabetos funcionales el deporte nacional es crucificar a don Juan Carlos, refugiado en un país árabe. Yo habría hecho lo mismo, irme; con una diferencia: no volvería jamás a España, país de cazadores furtivos, en el que te pagan tu trabajo a perdigonazos. No me gustaría estar en su piel, porque hasta le quieren cobrar inconvenientes pasajes gratuitos en vuelos privados que pagaban otros. Me da lástima del rey emérito y lamento esos ataques despiadados e innecesarios contra un hombre que hizo tanto por su país. Nadie está exento de cometer errores, pero la institución monárquica nos ha salvado de muchas salvajadas. Ha tenido que ser el movimiento podemita deleznable quien, olvidándose de lo suyo -que es mucho-, pretenda eliminar un sistema de Estado que hemos elegido con sangre, sudor y lágrimas. Cuidado: la historia se puede repetir.

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